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22.8.06

OPINIÓN PÚBLICA Y DEMOCRACIA

Opinión pública y democracia. Dos miradas: El modelo normativo de Habermas y el modelo psicosocial de Noelle-Neumann


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Por Maricela Portillo Sánchez

Introducción

El presente trabajo pretende dar cuenta de dos miradas contrapuestas que tratan de explicar el fenómeno de la opinión pública: el modelo normativo de Habermas y el modelo psicosocial de Noelle-Neumann. Estos modelos parten de supuestos distintos y, por esta misma razón, difieren radicalmente en sus definiciones de la realidad social en la que este fenómeno opera. Así, lo que se propone en este artículo es en primer término revisar la concepción de opinión pública en la visión habermassiana para luego hacer lo mismo con la de Noelle-Neumann. En un segundo momento, se intentará establecer la relación entre opinión pública y democracia en las sociedades modernas. Esto nos permitirá después establecer las diferencias en la conceptualización del término democracia en estas dos tradiciones de pensamiento. La idea es plantear una visión comparativa -que no pretende ser exhaustiva, sino simplemente plantear algunas cuestiones generales- entre ambos modelos para plantear finalmente un par de interrogantes acerca de la reflexión actual en torno a este complejo proceso llamado opinión pública.

La opinión pública como proceso racional

El modelo normativo de Habermas se establece como uno de los principales ámbitos de crítica a la sociedad. Para él, la opinión pública no es sólo un problema científico, es un problema práctico moral. En este sentido, el principal interés de este autor es analizar las condiciones comunicativas bajo las cuales se forma la opinión pública en las sociedades actuales. Enmarcado en el modelo normativo, el estudio de este fenómeno se sitúa en la teoría crítica de la sociedad. De acuerdo a Habermas la comprensión de la opinión pública sólo puede ser posible a la luz de esta teoría.

En un primer momento, encontramos en la teoría habermasiana una crítica feroz al abordaje empírico con el cual se ha encarado el fenómeno de la opinión pública durante este siglo. Para él, las mediciones cuantitativas conducen a una posición acrítica que tiende a echar de lado el sentido general más amplio del fenómeno y sus dimensiones ético-políticas. "Frente a esta opción, Habermas no asume simplemente el concepto ideal y mítico de opinión pública elaborado por el liberalismo. Pretende redescubrir un nuevo paradigma de LO PÚBLICO y la OPINIÓN PÚBLICA que sirva como prueba –o como denuncia en caso de ausencia-, de que la sociedad es verdaderamente democrática" (MUÑOZ, 1992: 199).

Esta es una cuestión central para Habermas: la opinión pública, formada en un proceso racional de consenso al interior de la sociedad, otorga legitimidad al régimen democrático. Dicho en otras palabras, la opinión pública se erige como garante de la democracia. En relación a esta cuestión abundaremos más adelante, de momento sólo señalamos esta formulación, ya que nos parece central para comprender el planteamiento normativo en este modelo.

A continuación definiremos algunos conceptos centrales en la teoría de la acción comunicativa de Habermas que nos permitirán comprender el término de opinión pública en este marco conceptual. Estos son acción comunicativa, mundo de la vida y sistema.

Con respecto al primer concepto, acción comunicativa, debemos decir que la definición de este término resulta compleja, debido a que "en la sociología no hay unanimidad acerca de qué se entiende por acción (social)" (MARDONES, 1985: 103). El interés del presente ensayo no es debatir en torno a la definición exhaustiva de acción en su sentido sociológico ni filosófico más general. Nos limitaremos a plantear el lugar y la importancia que el término reporta en el marco de la teoría habermasiana. Para esto iniciaremos señalando que el mismo Weber realizó un esfuerzo considerable por definir este concepto. Recuperando algunos puntos de la visión fenomenológica weberiana, Habermas construye una tipología de la acción. De ahí deviene la comprensión de la acción a través de dos formas, como acción estratégica y como acción comunicativa. A saber, la acción estratégica es aquella que se orienta a la consecución de fines y la acción comunicativa está orientada a la comprensión. Decimos, así, que la teoría de la acción comunicativa postula una relación de complementariedad entre el concepto de acción comunicativa y el mundo de vida. La evolución de la sociedad conduce a una progresiva diferenciación entre ámbitos de acción integrados normativamente por la vía de un consenso que se da comunicativamente y sistemas de acción funcionalmente especificados que confían la integración a una regulación de decisiones particulares (BADIA, 1998).

De aquí se desprende esta visión dual de la sociedad planteada en el modelo normativo habermasiano. Con base en los supuestos planteados por Durkheim en La división del trabajo, Habermas presenta esta diferenciación entre integración social e integración sistémica, lo cual da pie a establecer una distinción entre racionalización del mundo de la vida y aumento de la complejidad de los sistemas sociales.

Es esta visión dual de la sociedad la que establece entonces dos niveles de acción susceptibles de ser analizados: mundo de la vida y sistema. El sistema es el campo propio de la acción estratégica y, por tanto, de las acciones orientadas al éxito. Cabe decir, por otro lado, que la acción comunicativa es propia del mundo de la vida. Es éste el espacio de las acciones orientadas al entendimiento. El espacio en el que los individuos reconocen intersubjetivamente, a través del lenguaje, las pretensiones de validez del otro. El lugar en el que los individuos confrontan no sólo saberes sino quereres. El ámbito en el que opera la opinión pública.

La opinión pública como control social

El modelo psicosocial elaborado por Noelle-Neumann ha sido desarrollado ampliamente por la autora en su hipótesis de la Espiral del Silencio. Para ella, la opinión pública es definida como esa especie de censura que se observa a través del control social que de manera natural todos los individuos de una sociedad tienden a reconocer intuitivamente. Podemos encontrar una gran coincidencia entre los planteamientos de Noelle-Neumann acerca del control social con los de Emile Durkheim acerca del consenso y la cohesión.

La idea de una conciencia colectiva que toma forma de consenso normativo está desarrollada por Durkheim en “Las reglas del Método Sociológico”. Para él, el individuo se encuentra sujeto por una conciencia pública que ata y restringe las posturas de los individuos en la sociedad. Noelle-Neumann se diferencia, sin embargo, de los planteamientos de Durkheim en tanto que, mientras para este autor "la conciencia colectiva (funciona) como elemento diferenciador de las sociedades tradicionales o tribales, (en las) sociedades modernas, al evolucionar desde una solidaridad mecánica a una orgánica, se habrían liberado de aquel mecanismo de control” Noelle-Neumann va a sostener, por el contrario, que la sujeción irracional del individuo a esa coerción indeterminada se mantiene exactamente igual en la sociedad contemporánea" (MUÑOZ, 1992: 205).

De esta manera, la hipótesis de la Espiral del Silencio se basa en la idea del miedo al aislamiento social. La principal preocupación de Noelle-Neumann es identificar cómo se forma la opinión pública en el marco de una sociedad que castiga a los individuos que no piensan como la mayoría. El supuesto de fondo es que las personas suelen reaccionar ante el conjunto del que forman parte, lo cual indica que "es probable que teniendo que decidir dónde ubicarse respecto a un problema de importancia pública, muchas personas no se basen en su propia opinión sino en sus propias lealtades sociales para decidir (…) no eligen dónde posicionarse, sino con quién estar" (WOLF, 1992: 66). La hipótesis de la Espiral del Silencio señala que los individuos realizan una constante supervisión del entorno, de tal suerte que son plenamente conscientes acerca de cuáles opiniones son "políticamente correctas" o van "ganando terreno". Esta supervisión del entorno que, de acuerdo a lo que afirma la autora, se da de manera intuitiva y natural, permite al individuo adherirse a la opinión de las "mayorías". Así, se inicia un proceso en espiral, en el cual, los individuos tienden a responder con solicitud, ya sea con el consentimiento o con el silencio. De esta manera "quienes se sienten portadores de opiniones discrepantes de las mayorías tenderán, por la presión social del miedo, a sentirse aislados o en choque con lo mayoritario bien visto, a silenciar sus verdaderas opiniones, favoreciendo así la impresión de los que opinan en mayoría, de que su preponderancia social es incluso más extensa de la existente en realidad. A la inversa, los minoritarios se sentirán más aislados de lo que verdaderamente están y esto irá creando un proceso en espiral: las personas de convicciones menos firmes o más indecisas irán adoptando con más facilidad las tesis de moda y la consideración social de las opiniones minoritarias será cada vez más escasa" (MUÑOZ, 1992: 206).

La autora reconoce que sus planteamientos acerca del fenómeno opinión pública han estado trabajados, o al menos señalados, por distintos pensadores en otros momentos. Admite que lo que ella hace es brindarle cuerpo y desarrollo a esta larga tradición de pensamiento a través de sus planteamientos teóricos y su abordaje metodológico. En este sentido, hay cuatro autores con los que la autora discute y compara los significados que del término opinión pública se vierten, y con ellos estructura su mirada . Ellos son Locke, Hume, Madison y Rosseau.

De Locke retoma su formulación de la Ley de la Opinión Pública. Locke establece una distinción entre tres clases distintas de leyes: la ley divina, la ley civil y la ley moral. La primera alude al orden de las cosas establecido por una entidad divina, la segunda está relacionada con el poder legislativo del Estado y la tercera es la también conocida como ley de la opinión o de la reputación. A esta concepción hace referencia Noelle-Neumann cuando establece la relación que se da entre las ideas acerca de la fama, el honor o la reputación con el concepto mismo de opinión pública. Esta ley de la opinión pública ha sido "objeto de más numerosas elucidaciones y discusiones que todas las restantes formas de ley, poseedora de una asombrosa autoridad, pero que todavía no ha sido plenamente reconocida en su origen y en su importancia" (CANEL, 1993: 284).

Este planteamiento de Locke respecto a lo que se entiende por opinión pública se relaciona directamente con las ideas de Noelle-Neumann. Ella encuentra algunos elementos en el pensamiento de Locke que, a su juicio, describen de forma cercana el mismo fenómeno de su preocupación. De esta manera la autora explica la cercanía con esta tradición de pensamiento, la Ilustración Escocesa, de la que Locke forma parte: "aunque la expresión opinión pública no aparece en la obra de Locke, está presente indirectamente de dos maneras: primero en su idea de acuerdo, que sólo puede interpretarse como una cuestión de unidad social, y por lo tanto, pública; segundo en su insistencia en el lugar, con su connotación de espacio público por excelencia" (NOELLE-NEUMANN, 1995: 100).

Por otro lado, las ideas de Madison concuerdan en gran medida con los postulados de Locke. Para este pensador "la razón humana es, como el propio hombre, tímida y precavida cuando se la deja sola. Y adquiere fortaleza y confianza en proporción al número de personas con las que está asociada" (NOELLE-NEUMANN, 1995: 106). La idea de que el poder de la opinión opera sobre el individuo y que la influencia sobre su conducta depende mayoritariamente del número de personas con las que comparte su opinión se relaciona con los supuestos centrales del La Espiral del Silencio.

Hume, por su parte, describe en su Treatise of Human Nature que la opinión del grupo de referencia condiciona al individuo. Hume parte de un análisis psicológico sobre la formación de la opinión individual para después dirigirse al más amplio sentido político que reporta este fenómeno. Noelle-Neumann se adhiere a la reflexión psicológica de Hume en este sentido: "nada es más natural que acogernos a las opiniones de otros; tanto por la simpatía, que hace que todos los sentimientos de otros se nos presenten como íntimos a nosotros, como por el razonamiento que nos hace tomar en consideración las razones por las que afirman lo que afirman" (CANEL, 1993: 299). Como se puede observar, para Hume estos dos principios básicos de autoridad y simpatía comportan una influencia que se ve reflejada en casi todas nuestras opiniones y tienen una influencia peculiar también en la forma en que nos percibimos y nos juzgamos a nosotros mismos.

Finalmente, en el pensamiento de Rousseau, Noelle-Neumann (1995) encuentra una mirada contradictoria y ambivalente en cuanto a la forma de comprender el fenómeno de la opinión pública. Esta aparente contradicción se manifiesta en el doble papel que este fenómeno comporta. Por una parte, la opinión pública es para Rousseau ese fiel guardián de la moral pública, y, por otra, cierne un férreo control sobre el individuo. Así, Rosseau parece plantear un aspecto esencial en la comprensión del fenómeno de la opinión pública, que de acuerdo a Noelle-Neumann se representa en esta negociación que se da entre el consenso social y las convicciones individuales. Dicho de otra manera, la opinión pública refleja la tensión existente entre lo macro y lo micro, entre el nivel individual y lo social, entre el plano psicológico, en donde se encuentran las motivaciones, las pulsiones y los intrincados mecanismos del pensamiento y el plano social, que es el terreno de las normas, las reglas y las costumbres; el eterno debate individuo vs. sociedad, lo público vs. lo privado. En este sentido Noelle-Neumann describe la opinión pública en un sentido rousseaneano como la enemiga del individuo y la protectora de la sociedad.

Sintetizando esta parte, podemos observar claramente cómo esta autora se basa en las concepciones que de la opinión pública elaboran estos cuatro pensadores. De Locke y Madison rescata esta relación entre ley de opinión y la amenaza que se cierne sobre el individuo si disiente de su grupo de referencia. Por otra parte, de Hume rescata la idea de opinión como elemento de distinción. Y finalmente, de Rosseau, como se acaba de indicar, recupera esta visión más compleja que parece definir y contrastar ella misma con su hipótesis, la opinión pública como elemento de cohesión social que, sin embargo aplasta –o silencia- al individuo.

Esta concepción del fenómeno que nos ocupa es plasmada por Noelle-Neumann (1995) en la metáfora biologicista con la que habla de la opinión pública como esa piel social que envuelve y protege a la sociedad. Entendida así, en un marco psicosocial, la opinión pública es comprendida de manera central en este modelo como "el conjunto de las presiones sociales básicas entendidas y sentidas por todos los individuos de una comunidad, independientemente del grado de sujeción a ellas experimentado por cada particular" (MUÑOZ, 1992: 206).

Son cuatro los supuestos básicos que sustentan el modelo de Noelle-Neumann:

1.- La sociedad amenaza a los individuos desviados con el aislamiento.

2.- Los individuos experimentan un continuo miedo al aislamiento.

3.- Este miedo al aislamiento hace que los individuos intenten evaluar continuamente el clima de opinión.

4.- Los resultados de esta evaluación influyen en el comportamiento en público, especialmente en la expresión pública o el ocultamiento de sus opiniones (NOELLE-NEUMAN, 1995: 261).

De acuerdo a Noelle-Neumann, su modelo hace posible la recuperación de la dimensión política y pública que se le dio en los siglos pasados "dentro del juego dialéctico de las opiniones publicadas y las opiniones silenciadas" (MUÑOZ, 1992: 288). Su modelo ubica a la opinión pública en la tradición de los efectos a largo plazo, en la compleja intersección medios de comunicación, dinámicas psicológicas de aislamiento y miedo al rechazo y la sociología positivista al estilo de la más clásica escuela de Durkheim del consenso social.

Esta visión psicosocial se contrapone a la visión crítica de Habermas. Como vemos, proceden de dos tradiciones de pensamiento antagónicas. Para observarlo más de cerca proponemos complejizar la discusión trayendo a colación un nuevo elemento que subyace en el fondo de estos planteamientos y por eso mismo realza las diferencias entre estos dos modelos teóricos. Pensemos la opinión pública en relación a la democracia.


Opinión pública y democracia

Definición breve del concepto

Antes de continuar consideramos necesario establecer una breve aproximación al concepto de democracia. Encontramos en el discurso de los políticos muy a menudo la referencia a este sistema como el gobierno del pueblo. Esta conceptualización de la democracia, no obstante, trae consigo una serie de connotaciones que vale la pena desmenuzar. En primer término, "puede significar actuar como un mandatario que se limita a cumplir estrictamente la voluntad de sus mandados (...) pero esta expresión puede significar también actuar en lugar del pueblo, en el sentido en que se dice de un representante legal que actúa en representación de una persona menor de edad o incapacitada y, que por tanto, no sabe lo que quiere o lo que es bueno para ella" (CHAMPAGNE, 1996: 107).

Así tenemos por un lado el significado de democracia como esta forma de representación popular, en la cual el gobernante actúa en representación de los intereses del pueblo, acatando los deseos y la voluntad de sus representados. Y, por otro, la democracia como esa forma de gobierno en la cual se actúa en representación de, lo cual presupone una total incapacidad del pueblo para saber qué es lo que le conviene. Estas dos visiones contrapuestas de lo que debe significar la democracia ejemplifican la discusión elitistas vs. populistas que tanto ha marcado el debate político. La discusión se extiende aún hasta nuestros días a través de los cuestionamientos acerca de los quiénes, los qués y los cómos.

La democracia puede ser, vista en estos términos, directa o representativa: "la diferencia básica entre una democracia directa y una representativa es que en esta última el ciudadano sólo decide quién decidirá por él (quién le representará), mientras que en la primera es el propio ciudadano quien decide las cuestiones: no elige a quien decide sino que es el decisor" ( SARTORI, 1999: 6). Suena muy bien, dicho de esta manera, la democracia directa. Sin embargo, señalaremos algunas consideraciones que matizarían el optimismo inicial con el que acogeríamos esta visión.

La discusión acerca de la democracia representativa y la democracia directa tiene qué ver con la controversia elitista-populista con respecto a la competencia del individuo (CRESPI, 1997); es decir, en el fondo la cuestión es qué capacidad tienen los individuos en las sociedades modernas para discutir públicamente los asuntos políticos y, en todo caso, emitir sus opiniones racionalmente informadas.

Es éste un problema central. La cuestión de la representatividad en las democracias modernas. A este respecto Giovanni Sartori (1999) comenta que: "la representación es necesaria (no podemos prescindir de ella) y que las críticas de los directistas son en gran parte fruto de una combinación de ignorancia y primitivismo democrático" (SARTORI, 1999: 2). Hay dos situaciones que establecen la necesidad de una democracia representativa. En primer lugar, el número de individuos que componen un Estado- Nación y en segundo la gran cantidad de asuntos sobre los cuales discutir y decidir. Acerca del acelerado crecimiento de las sociedades modernas debemos decir que esta situación crea también una sensación de distanciamiento entre gobernantes y gobernados, lo cual en muchas ocasiones acarrea valoraciones negativas del quehacer político como tal. Asunto que evidentemente trae consigo una serie de efectos negativos en la valoración de la política y del político en estas sociedades. Atendiendo ahora al segundo punto, la gran cantidad de asuntos sobre los cuales discutir y decidir, debemos decir que justamente es ésta una de las cuestiones por las cuales frecuentemente los individuos permanecen desinformados. La cuestión de la política se vuelve una gran cantidad de asuntos sobre los cuales se tiene un conocimiento vago. En opinión de Sartori (1999) es por estas razones fundamentalmente que la democracia representativa se hace imprescindible. Es necesario, ante tales circunstancias, delegar la autoridad en otro para poder resolver los asuntos de la política. El ciudadano común y corriente no los podría atender directamente y en todo momento. En teoría política esta condición necesaria de la representatividad se define en estos términos: "cuanto menor sea una unidad democrática, tanto mayor será el potencial de la participación ciudadana y tanto menor la necesidad de que los ciudadanos deleguen las decisiones políticas en representantes. Cuanto mayor sea la unidad, tanto mayor será la capacidad de éstos para lidiar con los problemas importantes de sus ciudadanos y tanto mayor será la necesidad de que los ciudadanos deleguen decisiones en sus representantes" (DAHL, 1999: 128). La democracia en el contexto actual no puede ser sino representativa, dadas las condiciones en las que las sociedades actuales han ido desarrollándose en el último siglo.

Por otra parte, la democracia directa es una aberración para Sartori (1999). El autor afirma que los directistas dejan de lado la cuestión de la información del ciudadano en las cuestiones de la política. Esto resulta de un populismo y de una miopía enorme, en opinión de este autor. Para él, la desinformación en la sociedad actual, producto de una cultura política pobre, situación que por cierto, han potenciado los medios masivos de comunicación, ha creado un individuo poco informado. Y "en un sistema en el que los decisores no saben nada de las cuestiones sobre las que van a decidir equivale a colocar la democracia en un campo de minas. Hace falta mucha ceguera ideológica y, ciertamente, una mentalidad muy "cerrada" para no caer en la cuenta de esto. Y los directistas no lo hacen" (SARTORI, 1999: 6).

A pesar de que todas las democracias modernas son, sin duda y en la práctica, democracias representativas, es decir, sistemas políticos democráticos que giran en torno a la transmisión representativa del poder, es cierto también que hay una tendencia a creer que la democracia debe ser directa, o en términos de Sartori, directista. A nuestro juicio, ambas, democracia representativa y democracia directa, pueden ser susceptibles de crítica. Por un lado, la democracia representativa puede caer en un círculo cerrado, el gobernante gobernándose a sí mismo, y, por el otro, la democracia directa puede caer en el populismo más barato, en este caso, gobernar de acuerdo a la medida de los gobernados. Gran parte de la apatía de los ciudadanos por la política puede ser causada por esta especie de sensación de lejanía, los individuos sienten que sus gobernantes actúan en función de sus intereses particulares. Esto genera un efecto de desconfianza y, a la larga, de desinterés. En parte, podríamos decir, que el gobernante populista se sirve de esta situación para crear un gobierno a la medida del pueblo que gobierna. Aquí, invariablemente, los medios masivos de comunicación juegan un papel importante a través de lo que se ha denominado videopolítica y el marketing político.
Así, tenemos cada vez más gobernantes que actúan, hacen, dicen y deciden de acuerdo al mandato del pueblo. En este contexto los sondeos de opinión que se vierten a través de las encuestas juegan un papel central. La democracia se apoya en la sondeocracia. En esta forma directista de gobernar midiendo el pulso de los ciudadanos.


El papel de la opinión pública en un sistema democrático

La sondeocracia

Antes de abordar el papel de la opinión pública representada a través de los sondeos de opinión en un régimen democrático, asunto que trataremos en este apartado, debemos señalar que la crítica empírico - epistemológica ha señalado ya algunas deficiencias conceptuales al mirar la opinión pública como la suma de opiniones individuales. En este sentido se señala que "las insuficiencias de las investigaciones cuantitativas sobre opinión pública descansan justamente en este punto: una definición operacionalista de opinión pública que subordina el objeto de estudio al aparato técnico de la investigación" (BADIA, 1996: 62). En efecto, la idea asociada a la democracia del sufragio universal que comprende un ciudadano, un voto implica una visión operacionalista del fenómeno. Este reemplazo de los conceptos abstractos por entidades operativas se convierte en la finalidad misma de la investigación empírica en este campo. Veamos sin embargo, las repercusiones que ha tenido sobre la democracia la entrada en escena de los sondeos de opinión, la utilización que se les ha dado y su capacidad de reconfigurar las fuerzas políticas en la sociedad actual.

A partir de la segunda mitad de este siglo, la incursión de los sondeos de opinión en el campo de la política ha transformado las relaciones de fuerza en los regímenes democráticos. Los gobiernos tienden a guiarse a partir de los resultados obtenidos en las encuestas, asociando así el concepto de opinión pública con los sondeos de opinión, y "esta redefinición del contenido de la noción (resulta) políticamente irrecusable, puesto que se realiza de acuerdo con la lógica democrática (directa): para saber lo que piensa el pueblo ¿no basta, en efecto, con ir a preguntarle directamente, en lugar de interrogar a aquellos que pretenden hablar en su nombre?" (CHAMPAGNE, 1996: 111). A través de esta práctica, hoy tan generalizada, se pretende medir de una manera científica y, por tanto, indiscutible en su veracidad, la opinión pública. Este argumento se basa en la idea de que la voluntad popular está contenida en los resultados de las encuestas, que este ir y preguntar directamente a la población a través de una especie de referéndum representa una manera efectiva de conocer lo que el pueblo piensa. Y, en este sentido, poco a poco se ha ido modificando la lógica de la representatividad que caracterizaba al antiguo régimen democrático (CHAMPAGNE, 1996).

En efecto, una de las consecuencias más notables que están teniendo lugar a partir de la proliferación de los sondeos de opinión en la vida política de las sociedades modernas es la mentalidad popular que tiende a asociar los sondeos con la transparencia democrática de la opinión pública, sin embargo "la trampa lógica que asalta a casi todos los protagonistas de nuestra comunicación política es la siguiente: a) según todos los pensadores demoliberales, la democracia se sustenta en el respeto a la opinión pública, b) los sondeos (bien hechos) miden la opinión pública expresada libremente, luego c) gobernar guiado por los sondeos es democrático y desoírlos o prohibirlos es dictatorial" (DADER, 1992: 488). Este tipo de razonamiento es característico del pensamiento directista, que ya anteriormente caracterizamos. Resulta, sin embargo, peligroso por varias razones. Primero, debemos tener en cuenta que más allá de la presentación pública de los resultados obtenidos por las encuestas está la abundante interpretación que se vierte sobre ellos. No son sólo los datos los que se dan a conocer, es la valoración que sobre ellos enuncian los diferentes analistas políticos, sobre todo, en la prensa diaria. Así, este efecto aparentemente positivo de que el ciudadano común y corriente pueda estar informado a través de los sondeos se nos vuelve un mecanismo que actúa normalmente a la inversa. Ante la cantidad de encuestas que se publican, sobre todo en los períodos electorales, se suscita el efecto de que "los ciudadanos sean cada vez menos libres y se crean cada vez más libres" (DADER, 1992: 489).

Por otro lado, la publicación de los resultados de las encuestas frecuentemente sustituyen el debate público de los mismos asuntos consultados en este tipo de estudios. En este sentido, la sondeocracia puede ser caracterizada como un mecanismo de sintetización de las valoraciones que sobre un tema podrían debatirse ampliamente a través del diálogo. Los individuos se quedan así con un referente numérico muy preciso en el mejor de los casos: "el 85.8% de los ciudadanos cree que el Presidente debería preocuparse más por la seguridad pública", pero se dejan de lado los distintos elementos que confluyen en el enunciado simple que se vierte como resultado de una pregunta incluida en una encuesta pública.

En tercer lugar, debemos señalar la utilización de las encuestas por parte de los políticos. Con mucha frecuencia los mandatarios tienden a gobernar guiándose por los resultados de los sondeos. Esta situación, evidentemente, trae consigo consecuencias perjudiciales para el ejercicio de la democracia, ¿por qué? Bueno, fundamentalmente porque "no perder puntos de imagen a corto plazo se convierte en más importante que cumplir un programa de gobierno legitimado en las urnas, ya que los logros de esto sólo se verían a largo plazo. Por lo mismo, cualquier posibilidad de medidas racionales para resolver en profundidad problemas públicos, está descartada si desde el primer momento no resulta popular" (DADER, 1992: 493). Está claro que el populismo ha traído efectos desastrosos a largo plazo en los regímenes democráticos en los que ha tenido lugar. Es la forma más barata de venderle la idea de democracia a un pueblo. Y la más segura de acabar con la idea de representatividad en términos de Sartori (1999) que ya señalamos ampliamente en el apartado anterior.

Finalmente acabaríamos señalando el abuso con el que se ha asociado el término opinión pública a la distribución mayoritaria de respuestas que se obtienen a través de los cuestionarios que se aplican a una población determinada. Con este ejercicio se les concede amplio margen de juego a los analistas políticos. Ellos de manera cotidiana elaboran sus interpretaciones a partir de estos datos. Algunos autores han señalado ya este abuso de poder por parte de los politólogos, quienes por cierto se escudarían afirmando que "no hacen otra cosa que lo que hace ordinariamente la lógica electoral (democracia representativa) que suma papeletas de voto con significaciones múltiples" (CHAMPAGNE, 1996: 111).

Frente a esta nueva dinámica política mediante la cual la opinión pública ha sido reducida a los sondeos de opinión, varios autores han reflexionado arduamente. No deja de sorprender la forma en que la noción de público se ha transformado y la manera también en que esta reorganización de fuerzas en el ámbito político ha venido a reconfigurar el concepto mismo de la democracia.

En este sentido, el papel que han jugado los medios masivos de comunicación nos parece un asunto relevante, aunque para efectos de este trabajo no ahondaremos exhaustivamente en el tema. Sin embargo, vale la pena señalar que el desarrollo de los medios de comunicación ha modificado también el concepto burgués de la publicidad. Entre otras cosas, "con el desarrollo de los medios de comunicación, el fenómeno de la publicidad se ha desvinculado del hecho de la participación en un espacio común. Se ha des-espacializado y ha devenido no-diálogica, a la vez que se ha vinculado crecientemente a la clase específica de visibilidad producida por los medios de comunicación (especialmente la televisión) y factible a través de ellos" (THOMPSON, 1996: 95). La modificación del espacio público y la asociación de la publicidad con los medios de comunicación constituyen dos de los aspectos que marcan las transformaciones que habría que mirar con detenimiento, pues afectan no sólo el concepto mismo de la publicidad, sino evidentemente el de la opinión pública y la democracia.

Distintas formas de mirar el mismo fenómeno

El modelo de democracia en Habermas

Como ya mencionábamos al inicio de este artículo, el modelo normativo de Habermas caracteriza a la opinión pública en una amplia dimensión ético-política. Esta dimensión es la que permite la existencia de una sociedad plural y democrática. De acuerdo a esta visión, se plantea un deber ser en torno a la opinión pública, este ideal normativo es el que le confiere un estatus de autenticidad al mismo tiempo que otorga legitimidad a una sociedad que se precie de ser realmente democrática (MUÑOZ, 1992).

Aquí debemos mencionar que Habermas habla de lo público en un sentido bastante estricto, "este autor llama no-públicas a todas las corrientes de opinión que aun siendo representativas de algún grupo, o una suma más o menos fabricada de opiniones individuales, no pueden ser consideradas desde su enfoque como lo público o lo consensuado básica y racionalmente" (MUÑOZ, 1992: 200). Por lo tanto, nos alerta acerca del uso indiscriminado del término. Lo público no puede significar entonces la voz colectiva que reviste en el fondo los intereses específicos de un grupo. La concepción de lo público va más allá de las manifestaciones y declaraciones de grupos particulares que pugnan por hacer valer su propia visión de las cosas. La opinión pública no debería ser el eco de voces dispersas que aglutinan la reivindicación de grupos específicos, dado que su discurso no estaría persiguiendo un asunto de interés general sino la resolución de una problemática concreta. Es ésta una cuestión central en la visión habermasiana: el modelo normativo de opinión pública implica la contrastación empírica de este tipo ideal, apuntado en términos de Weber, con la dinámica social. Dicho en otras palabras, deberían desarrollarse criterios que nos permitieran medir empíricamente el carácter más o menos público de las distintas opiniones. El criterio para la consecución de estos fines estaría representado por el principio democrático de la publicidad, cuyas características principales serían "el diálogo racional, transparente y abierto a la participación de todos los ciudadanos en la búsqueda de soluciones consensuadas para las cuestiones de incumbencia general" (MUÑOZ, 1992: 200). Lo normativo conserva su valor como "una clase de criterio crítico mediante el cual las deficiencias de las instituciones existentes pueden ser evaluadas" (THOMPSON, 1996: 86).

Queda claro que para Habermas la opinión pública tiene "la función de legitimar el dominio público por medio de un proceso crítico de comunicación sustentado en los principios de la argumentación y del consenso racionalmente motivado" (BADIA, 1996: 70). El punto es averiguar a través del marco normativo de una teoría crítica de la democracia bajo qué condiciones comunicativas las sociedades actuales permiten la formación de una opinión pública.

Más allá de que podamos cuestionarnos la posibilidad de que en sociedades como las nuestras se puedan establecer las condiciones comunicativas para la existencia de una opinión pública comprendida en los términos de Habermas, queda claro que este modelo normativo nos permite pensar la opinión pública en el marco de una teoría crítica de la sociedad. Y en este deber ser, la democracia puede ser pensada en los términos más amplios de diálogo y de racionalidad.

El modelo de democracia en Noelle-Neumann

El modelo psicosocial de Noelle-Neumann no desarrolla la idea de democracia que tan bien acabada aparece en el modelo normativo de Habermas. Sin embargo trataremos de definir aquí qué idea de democracia subyace en el fondo del modelo de la autora alemana. En la Espiral del Silencio el concepto de opinión pública es entendido como control social, en este sentido Noelle-Neumann "no infiere las características de la opinión pública del grado de participación democrática en la vida política ni de la naturaleza cualitativa que presentan las argumentaciones esgrimidas en las discusiones colectivas" (BADIA, 1996: 59). Por el contrario, su desinterés por la dimensión discursiva de los procesos comunicativos de la opinión pública parte de la asociación que establece entre consenso e integración social. Así, parece dejar de lado los principios de la ética y del derecho que habrían de garantizar la identificación normativa entre opinión y razón que han garantizado el proyecto de modernidad en las sociedades occidentales. En su lugar establece una relación entre opinión y reputación. O en todo caso el miedo por no aislarse del grupo de referencia define, en su modelo, la dinámica de los individuos frente a la presión social que se ejerce a través de la opinión pública.

A Noelle-Neumann no le preocupa tanto la instrumentalización política del fenómeno de la opinión pública, más bien se centra en las consecuencias que aquél tiene sobre los individuos. Este es uno de los puntos más controvertidos en la Espiral del Silencio. Tal parece que el fenómeno de la opinión pública queda reducido a su contemplación en el nivel individual y social, pero no político. En este sentido "plantea una actitud resignada o realista que, por oposición al idealismo de denuncia de Habermas, niega la posibilidad de una opinión pública racional y dialogante y se queda instalada en la contemplación conservadora de ese acrítico e irreflexivo control social anónimo" (MUÑOZ, 1992: 208).

Podríamos sintetizar las funciones de la opinión pública en un sistema social democrático, de acuerdo al modelo psicosocial de Noelle- Neumann, en estos puntos:

Permite la realización de la integración social de los individuos, por cuanto el individuo en la sociedad moderna no puede permanecer aislado y se orienta hacia una actividad de consensuar su acción social y sus opiniones con las del resto de individuos que integran su entorno social inmediato.

Genera la estabilidad social, más allá del simple proceso de integración social, por cuanto fundamenta el establecimiento de diversas formas de consenso social y político que permiten el normal desarrollo en la actividad social.

Cumple la función del establecimiento de las prioridades orientando la opinión pública hacia la necesidad de resolver algunos problemas o temas que se manifiestan como los más urgentes en una situación dada.

Y, finalmente, ejerce una función de legitimación mediante el consenso en torno a problemas generales que afectan al sistema social, mediante el mantenimiento de las formas sociales vigentes o mediante su adecuación al cambio experimentado en el sistema social (SAPERAS, 1985: 185-186).

Pareciera que para Noelle-Neumann la opinión pública no constituye, desde su marco conceptual, un pilar de la democracia, lo que importa no es el diálogo y el debate, sino el silencio. No es el debate racional, sino el consenso social.

Esta ausencia de visión crítica en el modelo psicosocial de la Espiral del Silencio ha sido fuente de debate en la investigación en el campo. Por ejemplo, Aníbal Gómez (1982) critica el reduccionismo de Noelle-Neumann en tanto que en su hipótesis la autora conceptualiza el fenómeno de la opinión pública en relación a la tiranía del control social anónimo en el sentido de Toqueville. Gómez (1982) señala tajantemente que esta autora coloca el punto final a la problemática de la opinión pública justo donde debería situarse el punto de partida.

Concluiremos este apartado diciendo que Noelle-Neumann obvia la discusión acerca de la democracia en su modelo teórico, lo cual significa que, de acuerdo a lo señalado en sus textos, para ella lo más importante es describir este proceso que se da en la sociedad actual y que lo demás, la discusión acerca del deber ser y el discurso ético-político, en alusión clara a la visión normativa de Habermas, es un constructo teórico y no una realidad observable como la que ella estudia.


Conclusiones

Revisamos en este trabajo la mirada de Habermas y la de Noelle-Neumann acerca de la relación opinión pública- democracia. Continuar la reflexión teórica y el trabajo empírico en este terreno resulta indispensable, sobre todo si atendemos a la dinámica de nuestros gobiernos actuales, tan preocupados por atender los sondeos de opinión y guiarse de acuerdo a ellos y a la de los analistas políticos que vierten día a día una cantidad de interpretaciones tomando como punto de partida los datos obtenidos en las distintas encuestas que se publican cotidianamente en la prensa y la TV.

La opinión pública, término de batalla, componente del discurso de los políticos y fuerza que juega un papel protagónico en el campo de la política no puede reducirse a los sondeos de opinión.

La visión de Habermas resulta, a nuestro juicio, una reflexión teórica acabada, toda vez que se inserta en una teoría crítica de la sociedad. Sin embargo, el modelo normativo requiere de una contrastación empírica que dé cuenta de lo que ya señalamos en su momento: la confrontación del deber ser, del principio democrático de la publicidad con respecto a las distintas dinámicas sociales en que se presenta.

A Noelle-Neumann, como ya hemos señalado también, se le critica en principio por reducir el concepto de opinión pública al principio de tiranía de la mayoría. Y nosotros añadiríamos su falta de discusión acerca de la relación de reciprocidad que guardan los términos opinión pública y democracia. Obviar la discusión en torno a este aspecto puede resultar peligroso, sobre todo en el nivel político de su trabajo.

Finalmente, nos interesa señalar que consideramos una cuestión central el debate actual en torno a la relación de la opinión pública con la democracia. La reconfiguración del espacio social y político que se da en gran parte por la influencia que ejercen los medios masivos de comunicación en la sociedad actual apremian la investigación en el campo de la comunicación política. Aquí este punto fue apenas señalado, no obstante merece especial atención y un desarrollo más detallado a futuro.

La visión normativa de Habermas y la visión psicosocial de Noelle-Neumann son dos miradas que han desarrollado un exhaustivo trabajo en el campo. No son los únicos, podríamos citar aquí también las aportaciones de Luhmann y de la escuela francesa encabezada por Dominique Wolton a la reflexión en torno a esta problemática.

Badia (1996) señala la necesidad de abordar este fenómeno de la opinión pública interdisciplinariamente y la utilización de metodologías cualitativas que permitan identificar contextos distintos de apropiación y resemantización de los mensajes y los discursos que son consumidos por los individuos. Creemos que es una propuesta interesante y que puede aportar elementos enriquecedores que nos permitan comprender este complejo fenómeno que opera en nuestras sociedades y que se nos revela en un monstruo de las mil cabezas.

Sólo nos resta decir que nos parece muy útil retomar la visión normativa del pensamiento habermasiano, pues consideramos que si no es con un pensamiento crítico no es posible el conocimiento y el entusiasmo empírico que con tanto ahínco ha desarrollado Noelle-Neumann, pues sin poner pies en la realidad social tampoco es posible comprenderla en sus matices, complejidades y contradicciones.



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Maricela Portillo Sánchez

21.8.06

LA ÉTICA DE LA SOCIEDAD CIVIL

LA ÉTICA DE LA SOCIEDAD CIVIL

Adela Cortina

Catedrática de Ética y Filosofía Política

Universidad de Valencia


1. Voluntad de progreso

Hablar de progreso en sociedades "postutópicas" resulta especialmente difícil. Convencidas las gentes de que las "utopías reales" no producen sino injusticia y frustración, abominan también de la idea, mucho más modesta, de progreso: es -dicen- una reliquia de ese pasado moderno que creyó en un progreso indefinido y que ha quedado sobradamente desenmascarada. La postmodernidad -continúan- no cree en los grandes metarrelatos del progreso indefinido, ni en los que tienen por sujeto a la humanidad, ni en los que conceden el protagonismo al hegeliano espíritu absoluto. Y probablemente tenga razón. Pero -como dice Karl-Otto Apel- una cosa es diseñar utopías, muy otra, obrar con intención utópica. Una cosa es -añadiría yo- creer en que la historia marcha en la línea de un progreso indefinido, bien otra actuar con voluntad de progreso o, lo que es idéntico, con intención progresista, que es la que aquí tomamos ya como punto de partida. Asumida, pues, esta intención, ¿qué realidades de nuestro presente urge potenciar para ir marcando una dirección de progreso? Dos me parecen centrales, sin perjuicio de que otras también lo sean: el surgimiento de un nuevo modo de articular la relación entre sociedad civil y Estado, que intenta reconocer a la primera el protagonismo que le corresponde, y el irrenunciable empeño por satisfacer las exigencias de justicia que se esforzaba en colmar el Estado del bienestar en una noción de ciudadanía plena. Del protagonismo de la sociedad civil trataremos en esta ponencia, del protagonismo de los ciudadanos en la segunda.

2. Insuficiencias del Estado para construir una sociedad justa

En la década de los ochenta, cuando algunos agoreros anunciaban el fin de la historia, quienes no creían que hubiera terminado ni querían verla acabada por parecerles radicalmente injusta, dirigieron la mirada hacia la sociedad civil, por ver si su colaboración es imprescindible para llevar adelante la tarea transformadora de la sociedad que el Estado parecía incapaz de realizar. Ciertamente, no todos los que dicen valorar la sociedad civil entienden de igual modo el vocablo, con lo cual se producen confusiones considerables. Consiste la más grave en equiparar la defensa que de la sociedad civil hacen quienes ven en ella una fuente de solidaridad con la de aquellos que la entienden como el lugar privilegiado para defender los derechos de propiedad, como si de derechos naturales se tratara, frente a cualquier proyecto igualador de redistribución de la riqueza.

Solidaristas convencidos, decepcionados ante las actuaciones bien poco solidarias del Estado, tratan de encontrar en las organizaciones cívicas (mal llamadas "Organizaciones no gubernamentales", como si una entidad debiera definirse por lo que no es), en la familia, en las iglesias y en el mundo vecinal una solidaridad universalista que no encuentran en la vida política.

Pero también, en la vertiente contraria, quienes desean llevar adelante sus asuntos económicos sin atender en modo alguno a la justicia social se alzan en defensa de una sociedad civil, de la que valoran ante todo la libertad de propiedad y de mercado.

El hecho de que hoy en día la sociedad civil se caracterice sobre todo por ser la dimensión de la sociedad no sometida directamente a la coacción estatal hace que algunos sectores de la sociedad la valoren por sus posibilidades de solidaridad universalista libremente elegida, otros, porque entienden que en ella puede ejercerse sin trabas la libertad económica (neoliberalismo), o incluso librarse de los afanes redistribuitivos de una incómoda justicia social (anarcocapitalismo, neolibertarismo) . Conviene, pues, atender a las razones de quienes defienden la sociedad civil antes de formular juicios de valor sobre sus posibilidades para propiciar un mundo más justo y feliz, que es a fin de cuentas a lo que debe aspirar toda sociedad que se pretenda humana.

3. Una nueva noción de sociedad civil

Caracterizar expresiones políticas cargadas de diversas connotaciones históricas, como la que nos ocupa, no es tarea sencilla . Pero podemos recurrir, en principio, a una doble acepción del término "sociedad civil" que presenta Víctor Pérez Díaz y que puede resultar de gran utilidad. Distingue Pérez Díaz entre un sentido amplio y uno restringido, y caracteriza el primero como "un entramado de instituciones sociopolíticas, que incluye un gobierno (o Estado) limitado, que opera bajo el imperio de la ley; un conjunto de instituciones sociales tales como mercados (u otros órdenes espontáneos extensos) y Asociaciones basadas en acuerdos voluntarios entre agentes autónomos, y una esfera pública, en la que estos agentes debaten entre sí y con el Estado asuntos de interés público y se comprometen en actividades públicas".

Éste sería el tipo de sociedad civil al que se refieren los filósofos escoceses como Ferguson, y el sentido interno de esta denominación consistiría en que se trata de una sociedad ya civilizada y además compuesta por ciudadanos (cives), no por súbditos, lo cual exige que sean autónomos y que el Estado respete su autonomía. Un Estado limitado, capaz de respetar la independencia de los ciudadanos, es imprescindible para asegurar la civilidad, y de ahí que Pérez Díaz afirme que ya en este concepto de sociedad civil se van marcando las fronteras entre el Estado y el resto de las realidades sociales, que compondrán la sociedad civil entendida en sentido restringido.

Este sentido -el restringido- es el habitual hoy y se refiere a las instituciones sociales que están fuera del control directo del Estado, tales como mercados, asociaciones voluntarias y mundo de la opinión pública. Aunque no todos los expertos en el tema concuerden en incluir todas estas realidades sociales en la noción de sociedad civil, importa destacar que la mayoría la contrapone al Estado, de suerte que la dimensión civil de una sociedad se diferencia de la política, aunque obviamente estén estrechamente conectadas, como todas las realidades sociales.

En lo que respecta a los siglos XVII y XVIII, con el surgimiento y desarrollo del capitalismo, la sociedad civil que se configura es la "sociedad civil burguesa", la "bürgerliche Gesellschaft", cuyo núcleo es el individuo, con sus derechos, libertades e intereses, que deben defenderse sin interferencias a través de la competencia y de la cooperación, en una esfera cuya subsistencia y autonomía deben venir garantizadas por una institución pública llamada "Estado", que ha de guardarse de intervenir en la vida interna de esa esfera.

Características de una sociedad civil semejante serían, en principio, el individualismo, la defensa de la privacidad, el mercado, la existencia de clases sociales, el pluralismo, la poliarquía y sobre todo la espontaneidad.

Éste es el tipo de sociedad en la que Hegel considera que "cada uno es fin para sí mismo y todos los demás no son nada para él" , de suerte que los ciudadanos aceptan algunos organismos universales, pero por defender sus intereses egoístas. Los universales, por contra, sólo podría defenderlos un auténtico Estado, que sería el lugar de lo universal.

Ciertamente, si la idea que tenemos de la sociedad civil es la de la hegeliana "bürgerliche Gesellschaft", poco protagonismo podemos concederle en la realización de lo universal. Sin embargo, dos siglos más tarde no cabe ya caracterizar a la sociedad civil de igual modo porque ha evolucionado considerablemente. Por eso sería bueno referirse a la sociedad civil de los siglos XVII, XVIII y XIX con la expresión "sociedad civil burguesa" y a la actual, con la expresión "sociedad civil" a secas o "sociedad cívica", "Zivilgesellschaft".

Y, en este sentido, podríamos caracterizar la sociedad civil moderna con Michael Walzer como un "espacio de asociación humana sin coerción y el conjunto de la trama de relaciones que llena este espacio".

Y podríamos recordar con él que cualquier ser humano, "antes" que miembro de una comunidad política, "antes" que productor de riqueza material, "antes" que participante en un mercado, "antes" que componente de una nación, es miembro de una sociedad civil, en la que se ha socializado convirtiéndose en persona. La ideologías que reducen a la persona a ser parte de la comunidad política (cierto republicanismo), del proceso productivo (marxismo), del mercado (capitalismo), de la nación (nacionalismo), han olvidado la dimensión originiaria de esa persona, por la que forma parte de esa sociedad civil, que es "el reino de la fragmentación y la lucha, pero también de solidaridades concretas y auténticas"
.
4. El "contenido" de la sociedad civil

Ahora bien, una vez dicho esto debemos determinar qué relaciones pueden considerarse incluidas en ese espacio civil, porque hasta ahora hemos tenido en cuenta tres tipos de relaciones: 1) mercados; 2) asociaciones voluntarias, dentro de las cuales tenemos que considerar tanto las comunidades adscriptivas (que son aquellas en las que se nace, como la familia de nacimiento), como las comunidades en las que voluntariamente ingresamos (como la familia de creación o la comunidad religiosa) o las diversas asociaciones cívicas; 3) una esfera de opinión pública en la que los ciudadanos pueden expresarse libremente, deliberar y recibir información. ¿Puede decirse que estos tres tipos de realidades sociales forman parte de la sociedad civil, porque son las que no están directamente controladas por el Estado?

Ante esta cuestión las posiciones de los expertos se dividen, al menos en tres grupos. Algunos autores, como es el caso de A. Black, subrayan hasta tal punto la dimensión de mercado que caracteriza a la sociedad civil, que terminan casi por reducirla a él . A mi juicio, es ésta una concepción restrictiva, que olvida todo un mundo de espontaneidad, extremadamente rico socialmente: la familia, la vecindad, las asociaciones sin ánimo de lucro, una opinión pública movida por intereses no económicos.

En las antípodas de esta primera posición se sitúa la de autores como Habermas, que excluyen de la sociedad civil, no sólo al poder político, sino también al económico, de forma que la configuran asociaciones voluntarias, no estatales y no económicas, que arraigan las estructuras comunicativas de la opinión pública en el mundo de la vida, tales como familia, movimientos sociales o asociaciones cívicas, que expresan opiniones e intereses a través del espacio de una esfera pública autónoma.

A mi juicio, sin embargo, también esta concepción de la sociedad civil resulta demasiado estrecha y excesivamente deseosa de encontrar en la sociedad actual un equivalente funcional para el proletariado, que en parte de la tradición marxista encarnaba una "clase universal", y para el "resto de Yahvé" de la tradición bíblica, que en todo tiempo representa la levadura que puede hacer crecer la masa. ¿No hacemos algo semejante al reducir la sociedad civil al mundo de las solidaridades inmediatas, excluyendo cuanto suponga competencia y estrategia, es decir, Estado y mercado?

Considero, por tanto, que la sociedad civil viene constituida por tres tipos al menos de realidades sociales: las organizaciones e instituciones del mundo económico, las asociaciones voluntarias, tanto comunidades adscriptivas y voluntarias (como asociaciones cívicas), y la esfera de la opinión pública. De estas tres realidades cabe potenciar sobre todo la primera, como hace la propuesta neoliberal conservadora, que sigue entendiendo la sociedad civil en el sentido hegeliano de la sociedad burguesa y pide el fortalecimiento del neoliberalismo económico, y cabe, en segundo lugar, empeñarse en desarrollar el potencial ético universalizador que se encuentra en determinados sectores de la sociedad civil, aspirando a una democracia más auténtica.

En esta línea, autores como John Keane, André Gorz, Jürgen Habermas o Michael Walzer, tratan de redefinir la sociedad civil y de proponer una forma de articulación con el Estado, que ni prive a éste de sus obligaciones con el pueblo, ni le permita absorber a la sociedad civil, privándole de todo protagonismo, arrancándole toda capacidad de iniciativa y creatividad.

Hace algún tiempo proponía el profesor Elías Díaz un "nuevo pacto social" con los movimientos sociales, para llevar adelante un socialismo democrático atento a la nueva realidad . Por mi parte considero que tal pacto debe, no sólo profundizarse, sino tomar un cariz nuevo, porque las instituciones políticas deberían emplearse en la tarea de ayudar a mantener la autonomía de la sociedad civil, viendo en ella más un aliado con el que cooperar que un enemigo al que hay que engullir.

En principio, porque el poder político sólo se legitima comunicativamente, de donde se infiere que sin una sociedad civil autónoma, capaz de generar procesos de comunicación sin coacción, falta uno de los elementos esenciales a la legitimación política. Pero, por otra parte, porque es preciso recuperar los valores de pluralismo, inciativa y solidaridad sin coerción que son propios de una sociedad civil viva. Si el megaestado y el estatismo acostumbran a los ciudadanos a la pasividad; si un Estado débil deja a la ciudadanía en manos de los poderes fácticos, es urgente revitalizar la creatividad, la autonomía y la solidaridad de una sociedad civil capaz de universalidad, capaz de ayudar al Estado a realizar las tareas que le competen.

Por otra parte, conviene decir aquí lo mismo que en ética de la empresa, porque cualquier actividad humana es en definitiva una empresa: que en la cuenta de resultados, a medio y largo plazo, es bastante más rentable potenciar los niveles éticos de relación (corresponsabilidad, participación, creatividad), que buscar un máximo de beneficio a corto plazo, abaratando los costes desde la reducción del salario y la baja calidad del producto. En la cuenta política de resultados reconocer a la sociedad civil el protagonismo que le corresponde es apostar por el medio y por el largo plazo .

5. El potencial transformador de la sociedad civil

De lo dicho se deduce que no parece estar la sociedad civil tan por sus intereses egoístas, sino que hay mucho en ella de libertad y de solidaridad, no parece estar tanto el Estado por intereses universalistas, sino que hay mucho en él de mezquindad y egoísmo. De ahí que muchos ojos se vuelvan hacia la sociedad civil, y no sólo hacia la sociedad del mercado libre, sino también hacia una nueva sociedad distinta a la burguesa, en la que pueden cifrarse muchas esperanzas. ¿Que "prestaciones" puede ofrecer esta realidad social tan poco estructurada para transformar la sociedad en su conjunto en una línea de
progreso?

Del conjunto de expectativas que la sociedad civil ofrece tomaremos las líneas centrales, como parece razonable y las expondremos de forma ordenada.

A) ¿Escuela de civilidad?.

En los años ochenta un grupo de filósofos comunitaristas, encabezados por Walzer, reciben el nombre de "teóricos de la sociedad civil" por sostener que los ciudadanos no pueden aprender la civilidad necesaria para llevar adelante una democracia sana ni en el mercado ni en la política, sino sólo en las organizaciones voluntarias de la sociedad civil (familia, amistad, vecindad, iglesias, cooperativas, asociaciones cívicas o movimientos sociales) . La razón de fondo para tal argumento es que, así como la vida política no puede sancionar las conductas desviadas sino por medio de castigos infligidos por extraños, es en la trama de relaciones interpersonales donde nos son más dolorosos los castigos por las malas actuaciones, ya que vienen de nuestros seres queridos. Por desgracia -afirman quienes esto defienden-, hemos despreciado la trama de relaciones de esa originaria dimensión social, que es la que produce el espíritu cívico, la solidaridad y la confianza.

Tal vez el argumento sea desmesurado, pero, a mi juicio, conviene no despreciar su buena parte de razón y potenciar la tarea educativa de la sociedad civil.

B) Transformación de la economía

Sin duda el mundo de la economía genera mucha menos libertad de la que pretenden los defensores del neoliberalismo, desde M. Friedman, von Hayek o R. Nozick, hasta posiciones más matizadas como las de R. Termes o P. Koslowski. Pero también es verdad que una reflexión profunda sobre la actividad económica, sobre su sentido y sobre las metas que le prestan legitimidad, obliga a transformarla en la línea de una economía social, capaz de asumir sus responsabilidades . En caso contrario, queda socialmente deslegitimada y pierde la rentabilidad que se genera desde la trama social de confianza.

Ésta es la razón por la que hoy se produce un potente movimiento de ética de la economía y de la empresa, que exige una transformación de la racionalidad económica por fidelidad a las peculiaridades de la actividad económica misma y, en el mismo sentido, la de la actividad empresarial. Se multiplican en este sentido las publicaciones sobre la ética de la empresa, como también el número de asociaciones que reflexiona sobre este asunto.

No dejar la economía en manos de la racionalidad estratégica, como hace Habermas, sino rehabilitar en ella el uso de la racionalidad comunicativa que resulta indispensable para que funcione, es una de las grandes tareas de nuestro tiempo. Tanto más urgente cuanto más imparable el proceso de globalización.

C) Revitalizar la cultura social

El pluralismo de concepciones de vida es uno de los haberes irrenunciables de la sociedad civil desde sus orígenes, y en este sentido lleva razón Rawls cuando afirma que un pluralismo razonable es insuperable en cuantas sociedades gocen de libertad . Sin embargo, no se trata sólo -creo yo- de que sea insuperable, sino también de que un auténtico pluralismo social es una fuente de riqueza y la única forma de garantizar una existencia común vigorosa. En efecto, "pluralismo" significa que en una sociedad distintos grupos proponen distintos modelos de felicidad -lo que yo llamo distintas "éticas de máximos"- y comparten unos mínimos de justicia. Sin los mínimos compartidos es imposible construir la vida conjuntamente, pero -a mi juicio- los mínimos no tienen una existencia autónoma, sino que se nutren de los máximos . Por eso considero que se equivoca Rawls cuando en la relación entre la cultura política y la cultura social de una sociedad concede la iniciativa en exclusiva a la primera.

La cultura política -siguiendo sus indicaciones- consiste en el conjunto de valores que respaldan tanto una constitución democrática como las instituciones esenciales correspondientes. La cultura social, por su parte, procedería de la trama de relaciones de la sociedad civil, en la que se conjugan tradiciones religiosas, filosóficas y cuantas proceden del mundo vital. La conexión entre ambos tipos de cultura es innegable, ya que históricamente se dan juntas, pero Rawls concede un protagonismo a la cultura política liberal que resulta injustificado porque, bien miradas las cosas, la cultura política sólo se sostiene racional y "sentientemente" -es decir, personalmente- si viene respaldada por tradiciones religiosas, filosóficas y culturales verdaderamente encarnadas en la sociedad. Por eso el pluralismo es una fuente de riqueza, y urge ocuparse, no sólo de prevenir posibles conflictos, sino también de reforzar los mínimos y revitalizar los máximos religiosos, filosóficos y culturales.

D) Sociedades interculturales

Uno de los grandes temas de debate, que ha vuelto a ponerse sobre el tapete en los últimos tiempos, aunque tiene una larga historia, es el del "multiculturalismo", es decir, el debate sobre cómo organizar una convivencia justa en sociedades cuyo pluralismo consiste en la convivencia de una pluralidad de culturas. Ante este problema, que se presenta en casi todas las sociedades actuales y también en el nivel mundial, las medidas jurídicas y políticas son necesarias, pero insuficientes. Como en otros puntos de conflicto social las "medidas éticas" -el cambio de hábitos y convicciones- son indispensables para construir desde la sociedad civil un mundo intercultural .

E) ¿Nuevos Movimientos Sociales?

En la década de los ochenta surgen en la sociedad civil un conjunto de movimientos a los que se denominó "Nuevos Movimientos Sociales" para distinguirlos del movimiento social tradicional, el movimiento obrero. Se trataba de movimientos interclasistas, desestructurados, que pugnaban por un cambio radical en puntos como la superación del patriarcalismo y el militarismo o la defensa de la ecosfera; un cambio que, de producirse, supondría una transformación de la sociedad en su conjunto. Por eso muchas esperanzas se cifraron en ellos, a pesar de algunas de sus ambigüedades.

De ellos cabe esperar -a mi juicio- que pugnen por una superior calidad de vida, proponiendo alternativas a la estupidez del aumento cuantitativo, y que incrementen la poliarquía, la multiplicidad de centros de poder. Los monopolios en cualquier ámbito frenan la iniciativa, matan la creatividad, reducen las posibilidades vitales, destruyen la vida.

F) El "Tercer Sector"

En la actual bibliografía acerca de las cuestiones sociales proliferan los trabajos preocupados por aclarar el concepto y las funciones de un sector en apariencia emergente, el llamado "tercer sector" o también "sector social". En principio, el tercer sector es aquél en el que se realizan actividades sin ánimo de lucro, que son aquéllas en las que ninguna parte de los beneficios netos va a parar a ningún accionista individual o persona particular, sino que tienen como meta acrecentar de forma desinteresada la calidad de vida de las personas.

Ante la globalización de la economía, la creciente impotencia de los Estados nacionales, el incremento del poder de los grandes bancos y las grandes multinacionales, los sectores político y empresarial parecen incapaces de garantizar la satisfacción de algunas necesidades básicas de las personas. De ahí que los ciudadanos hayan de cuidar de sí mismos, restableciendo comunidades habitables, que amortigüen los golpes recibidos en virtud de la tercera revolución industrial.

Ahora bien, a mi juicio, para que el Tercer Sector lleve a cabo su tarea es preciso evitar la falsa distinción realizada por buen número de autores entre sector público (gobierno), sector privado (empresas) y sector social , y rechazar -en consecuencia- una división del trabajo en la que al gobierno compete lo público, a las empresas, lo privado, y al "sector social", un espacio extraño, allende lo privado y lo público. Por contra, hay que decir que al Estado compete asumir responsabilidades públicas básicas y que también las empresas han de asumir su cuota de responsabilidad pública, de igual modo que el sector social tiene su tarea en la cosa pública. En consecuencia, la relación entre unos y otros debe ser de complementación y cooperación .

G) La esfera de la opinión pública

Una sociedad libre precisa una esfera de opinión pública, autónoma con respecto al Estado, dispuesta a deliberar sobre los problemas comunes. Ya Kant urgía la creación de una esfera en la que los ciudadanos ilustrados debían hacer "uso público de su razón". La libertad de la pluma -entendía Kant- es el paladín de los derechos del pueblo, la "publicidad razonante" es la forma de conciencia que media entre la esfera privada y la pública, entre la sociedad civil y el poder político.

Esta tradición de la publicidad se mantiene en modelos de filosofía política como el liberalismo político o la teoría deliberativa de la democracia. Pero no son ya sólo los sabios ilustrados quienes deben hacer uso público de su razón, sino cualesquiera ciudadanos que deseen llevar a publicidad asuntos que a todos importen, expresando el sentir del público. Por eso la opinión pública no debe confundirse con la opinión publicada, y la segunda debería estar al servicio de la primera. Por otra parte, el sentido de la esfera pública no es ya criticar a la política, sino dejar un espacio libre para la expresión, y sobre todo ir creando conciencia de sociedad, al debatir aquellos problemas que a todos importan. Todas las sociedades se enfrentan a retos comunes y, para ser justas, conjuntamente han de encontrar las respuestas.

H) Revitalización de la vida corriente

Frente a las grandes utopías y a las grandes hazañas, introdujo también la Modernidad el aprecio por la vida corriente . La crisis de las ideologías políticas y de los grandes metarrelatos refuerza el interés por esa vida cotidiana que es, no sólo la de la familia y las asociaciones del Sector Social, sino también la de las profesiones. Revitalizar las profesiones, recordar qué fines persiguen y qué hábitos son precisos para alcanzarlos es una de las tareas encomendadas a la sociedad civil .

I) Solidaridad voluntaria

Los mundos familiar y vecinal son los de las solidaridades primarias sin las que las personas apenas pueden llevar su vida adelante con bien. Sin embargo, también en la sociedad civil se conforman asociaciones que llevan la solidaridad a su rango universalista, empeñándose en defender a los débiles de los Mundos Tercero y Cuarto, sentando las Bases de una Sociedad Civil Cosmopolita. El Derecho Internacional y la política mundial les van a la zaga porque la solidaridad lúcida de las asociaciones civiles es descubridora, es pionera.

Ha sido esta sociedad civil la que ha exigido que la Europa de los Mercaderes y los Políticos se convierta en una Europa Social, capaz de incluir en el Tratado de Maastricht la Carta Social, que contempla los derechos económicos, sociales y culturales de los ciudadanos europeos. Ampliar estas exigencias a la humanidad toda es el gran reto de estas asociaciones civiles.

J) Sociedad justa

Si la sociedad civil burguesa consideraba que las cuestiones de justicia no le atañían y las dejaba en manos del Estado, como si a ella sólo le competiera la libertad, la universalización de la libertad es imposible sin justicia y sin solidaridad. Sólo que la solidaridad es virtud a la que no puede obligarse, mientras que la justicia es la primera virtud de las sociedades. Y no sólo del Estado, como han creído determinadas tradiciones, sino de la sociedad en su conjunto: también de esa sociedad civil en la que tantas esperanzas se han cifrado.

LA SOCIEDAD DEL RIESGO GLOBAL

La sociedad del riesgo global

ULRICH BECK

Madrid, Siglo XXI, 2002 (original inglés 1999)

Capítulo 3. ¿La sociedad del riesgo global como sociedad cosmopolita? Cuestiones ecológicas en un marco de incertidumbres fabricadas

[48] Riesgos inasegurables

Teniendo en cuenta estos aspectos, la teoría de la sociedad del riesgo global puede concretarse algo más. Comparte la despedida al dualismo sociedad-naturaleza que Bruno Latour, Donna Haraway y Barbara Adam desarrollan con tanta competencia intelectual. La única pregunta es: ¿cómo podemos manejar la naturaleza después de su fin? Esta pregunta, que tanto el ecofeminismo como la teoría de la crisis de las relaciones socialnaturales tratan de iluminar de formas diversas, es desarrollada por la teoría de la sociedad del riesgo global (que recoge el giro político-institucional de Hajer a la teoría del discurso) en la dirección del constructivismo institucional. La "naturaleza" y la "destrucción de la naturaleza" son producidas institucionalmente y definidas (en los "conflictos entre profanos y expertos") dentro de la naturaleza interiorizada industrialmente. Su contenido esencial se correlaciona con la capacidad institucional de actuar y modelar. La producción y la definición son, pues, dos aspectos de la "producción" material y simbólica de la "naturaleza y de la destrucción de la naturaleza"; cabría decir que se refieren a coaliciones de discurso dentro y entre redes de acción bastante diferentes y, en última instancia, de alcance mundial. Futuras investigaciones tendrán como tarea examinar detalladamente cómo -y con qué recursos y estrategias discursivas e industriales- se producen, suprimen, normalizan e integran estas diferencias en la "naturalidad" de la naturaleza, en su "destrucción" y "renaturalización" en las instituciones y en el conflicto entre actores cognitivos.

La teoría de la sociedad del riesgo global traduce la pregunta por la destrucción de la naturaleza en otra pregunta. Cómo aborda la sociedad moderna las incertidumbres fabricadas autogeneradas? [49] Lo esencial de esta fórmula es distinguir entre los riesgos que dependen de decisiones, y que en principio pueden controlarse, y peligros que han escapado o neutralizado los requisitos de control de la sociedad industrial. Este último proceso puede adoptar dos formas al menos.

En primer lugar, las normas e instituciones desarrolladas dentro de la sociedad industrial pueden fallar: el cálculo de riesgos, el principio de asegurabilidad, el concepto de prevención de accidentes y desastres, las medidas profilácticas (Ewald, 1991; Bonss, 1995). Existe un indicador claro de que esto sea así? Sí, existe. Las industrias y tecnologías controvertidas frecuentemente son aquellas que no sólo no cuentan con un seguro privado, sino que de ninguna forma pueden acceder a él. Éste es el caso de la energía atómica, la ingeniería genética (incluida la investigación) e incluso sectores de alto riesgo de la producción química. Lo que es palmario para los conductores -no utilizar d. coche sin la cobertura de un seguro- parece haber sido tranquilamente desdeñado por sectores industriales enteros y por las nuevas tecnologías, ámbitos en los que, simplemente, los peligros plantean demasiados problemas. En otras palabras, existen `pesimistas tecnológicos", dignos de todo crédito, que no están de acuerdo con el juicio de los técnicos y las autoridades relevantes respecto al carácter inofensivo de sus productos o tecnologías. Estos pesimistas son los agentes de seguros y las compañías de seguros, cuyo realismo económico les impide tener ilación alguna con un supuesto "riesgo cero". La sociedad del riesgo global, pues, avanza haciendo equilibrios más allá de los límites de la asegurabilidad. O, a la inversa, los criterios que la modernidad industrial utiliza para cubrir los peligros que genera da misma pueden convertirse en normas para la crítica.

En segundo lugar, el modelo de decisiones de la sociedad industrial y la globalidad de sus consecuencias agregadas varía [50] entre dos épocas diferenciadas. En la medida en que las decisiones ligadas a la dinámica científica, técnico-económica siguen organizándose en el nivel del estado-nación y la empresa individual, las amenazas resultantes nos convierten a todos en miembros de una sociedad del riesgo global. En el sistema del industrialismo desarrollado del peligro nada puede hacerse en el nivel nacional para garantizar la salud y la seguridad de los ciudadanos. Ésa es una de las lecciones esenciales de la crisis ecológica. Con la aparición del discurso ecológico, todos los días se habla sobre el fin de la "política exterior", el fin de los "asuntos internos de otro país",el fin del estado nacional. Aquí podemos observar directamente una de las estrategias centrales de la producción de diferencia y de la falta de diferencia. Las normas establecidas de atribución y responsabilidad -causalidad y culpa- se derrumban. Esto significa que aplicarlas a pesar de todo en la administración, la gestión y la terminología legal produce ahora el resultado opuesto: los peligros aumentan debido a que se hacen anónimos. Las antiguas rutinas de decisión, control y producción (en el derecho, la ciencia, la administración, la industria y la política) causan la destrucción material de la naturaleza y su normalización simbólica. Ambos procesos se complementan y acentúan mutuamente. En concreto, no es la ruptura de las normas, sino que son las propias normas las que "normalizan" la muerte de especies, ríos o lagos.

El concepto de "irresponsabilidad organizada" indica el movimiento circular entre la normalización simbólica y las permanentes amenazas y destrucción materiales. La administración del estado, la política, la gestión industrial y la investigación negocian los criterios que determinan qué ha de considerarse "racional y seguro": con el resultado de que el agujero en la capa de ozono aumenta, las alergias se extienden masivamente, etcétera. [51]

Al lado (e independientemente) de su explosividad física, la acción discursivo-estratégica tiende a hacer políticamente explosivos los peligros normalizados en el círculo de legitimación de la administración, la política, el derecho y la gestión, que se extienden de forma incontrolable hasta alcanzar dimensiones globales. Podríamos decir, tanto con como contra Max Weber, que la burocracia intencional-racional transforma la culpa compartida por todos en exculpación y, por tanto, como consecuencia no deseada, amenaza la base misma de su pretensión de control racional.

De este modo, la teoría de la sociedad del riesgo global sustituye el discurso sobre la "destrucción de la naturaleza" por la siguiente idea clave. La conversión de los efectos colaterales invisibles de la producción industrial en conflictos ecológicos globales críticos no es, en sentido estricto, un problema del mundo que nos rodea -no es lo que se denomina un "problema medioambiental- sino, antes bien, una profunda crisis institucional de la primera fase (nacional) de la modernidad industrial ("modernización reflexiva"). En tanto que estos nuevos desarrollos sigan captándose dentro del horizonte conceptual de la sociedad industrial, seguirán percibiéndose como efectos colaterales negativos de una acción aparentemente calculable y respecto a la que, aparentemente, pueden exigirse responsabilidades ("riesgos residuales"), en vez de como tendencias que están erosionando el sistema y deslegitimando las bases de la racionalidad. Su principal relevancia política y cultural sólo se ,evidencia en el concepto y desde el punto de vista privilegiado de la sociedad del riesgo global, desde donde pueden llamar la atención sobre la necesidad de una autodefinición (y redefinición) reflexiva del modelo de modernidad occidental.

- En la fase del discurso sobre la sociedad del riesgo global puede llegar a aceptarse que las amenazas generadas por el [52] desarrollo tecnológico industrial -medido de acuerdo con los criterios institucionales existentes- no son ni calculables ni controlables. Esto obliga a la gente a reflexionar sobre las bases del modelo democrático nacional y económico de la primera modernidad y a examinar las institucionales dominantes (la exteriorización de los efectos en la economía, el derecho, la ciencia, etcétera) y su devaluación histórica de las bases de la racionalidad. Surge aquí un reto auténticamente global, a partir del cual pueden "forjarse" nueves conflictos globales críticos e incluso guerras, pero también instituciones supranacionales de cooperación, regulación de los conflictos y construcción de consenso (véase la sección siguiente).

La situación de la economía sufre, pues, un cambio radical. Hubo un tiempo -en el paraíso empresarial del capitalismo temprano- en el que la industria podía lanzar proyectos sin someterlos a controles y regulaciones especiales. A continuación vino el período de regulación estatal, en el que la actividad económica sólo fue posible en el marco de la legislación laboral, las normativas de seguridad, acuerdos arancelarios, etcétera. En la sociedad del riesgo global -y éste es un cambio decisivo- todas estas instancias y regulaciones pueden desempeñar su papel, y todos los acuerdos válidos pueden respetarse, sin que de esto se derive ningún tipo de seguridad. Incluso aunque respete las normas, la opinión pública puede poner repentinamente en la picota a un equipo gestor y tildarlo de "cerdos medioambientales". Los mercados de bienes y servicios se hacen en principio inestables: es decir, quedan fuera del control de las empresas que aplican remedios domésticos. De este modo aparece la inseguridad fabricada en áreas centrales de la acción y la gestión basadas en la racionalidad económica. Las reacciones normales a esto son que se bloquean las exigencias de una reflexión seria y que se condenan como "irracionales" o "histéricas" las tormentas [53] de protestas que se desatan a pesar de los acuerdos oficiales. Queda abierta la vía a una serie de errores. Llenos de orgullo por representar la propia Razón en un océano de irracionalidad, la gente cae en la trampa de conflictos de riesgo que son difíciles de controlar (sobre la lógica del conflicto de riesgo, véase Lau, 1989; Nelkin, 1992; Hildebrandt et al., 1994).

En la sociedad del riesgo global, los proyectos industriales se convierten en una empresa política, en el sentido de que las grandes inversiones presuponen un consenso a largo plazo. Tal consenso, sin embargo, ya no está garantizado -sino más bien amenazado- por las antiguas rutinas de la simple modernización. Lo que anteriormente podía negociarse e implementarse a puerta cerrada, mediante la fuerza de las limitaciones prácticas (por ejemplo, los problemas de eliminación de residuos e incluso los métodos de producción o el diseño de los productos) queda ahora potencialmente expuesto a la crítica pública.

Pues, probablemente, ya no exista incentivo alguno a la antigua "coalición de progreso" de estado, economía y ciencia. Éste es el caso, indudablemente, en el ejemplo más significativo, el del acceso de Los Verdes al gobierno, como ocurrió en Alemania en 1998: la estructura estado-ciencia-economía de la primera modernidad, construida y mantenida en su mayor parte de forma básicamente informal, amenaza entonces con derrumbarse. La consecuencia principal es una politización de suposiciones e instituciones que se daban por descontadas. Por ejemplo, quién tiene que "demostrar" qué en condiciones de incertidumbres fabricadas? Qué debe considerarse una prueba suficiente? Quién tiene que decidir sobre las indemnizaciones? La industria, indudablemente, aumenta la productividad, pero al mismo tiempo corre el riesgo de perder legitimidad. El orden legal ya no garantiza la paz social porque generaliza y legítima las amenazas a la vida... y también a la política. [54]


Una tipología de las amenazas globales

En las aplicaciones de esta teoría pueden distinguirse tres tipos de amenazas globales.

En primer lugar, existen conflictos sobre qué puede denominarse "males" (en oposición a los "bienes"): es decir, destrucción ecológica y peligros tecnológico-industriales motivados por la riqueza, tales como el agujero en la capa de ozono, el efecto invernadero o las carestías regionales de agua, así como los riesgos impredecibles que implica la manipulación genética de plantas y seres humanos.

Una segunda categoría, sin embargo, comprende los riesgos que están directamente relacionados con la pobreza. La Comisión Brundtland fue la primera en señalar que la destrucción ambiental no es el único peligro que ensombrece la modernidad basada en el crecimiento, sino que también es cierto exactamente lo contrario: existe una estrecha vinculación entre la pobreza y la destrucción ambiental. «Esta desigualdad es el principal problema "ambiental" del planeta; también es el principal problema del "desarrollo" (Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, 1987, p. 6). Por consiguiente, un análisis integrado de la vivienda y la alimentación, de la pérdida de especies y recursos genéticos, de la energía, la industria y la población humana muestra que todas estas cosas están mutuamente relacionadas y no pueden tratarse de forma separada.

Michael Zürn (1995, p. 51), de quien hemos tomado las ideas y los datos para esta tipología, escribe:

“Entre la destrucción medioambiental como resultado del bienestar y la destrucción medioambiental como resultado de la pobreza existe, sin embargo, una diferencia esencial. Mientras que las amenazas ecológicas causadas por la riqueza se derivan de la exteriorización de los [55] costes de producción, en el caso de la destrucción ecológica motivada por la pobreza son los pobres quienes se destruyen a sí mismos con efectos colaterales para los ricos. En otras palabras, la destrucción medioambiental causada por la riqueza se distribuye igualitariamente en todo el mundo, mientras que la destrucción medioambiental causada por la pobreza golpea en lugares concretos y sólo se internacionaliza en forma de efectos colaterales que se manifiestan a medio plazo”.

El ejemplo mejor conocido de esto es la tala de los bosques tropicales, de los que se están perdiendo unos 17 millones de hectáreas anualmente. Otros ejemplos son los residuos tóxicos (en ocasiones importados de terceros países) y las tecnologías obsoletas (por ejemplo, en la industria química, nuclear y -en el futuro-genética, así como en la investigación sobre ingeniería genética). Estos peligros son característicos de procesos de modernización iniciados o interrumpidos. Se desarrollan de este modo industrias que tecnológicamente son capaces de amenazar el entorno y la vida humana, en tanto que los países en cuestión no tienen los medios institucionales y políticos para evitar la posible destrucción.

Los peligros ocasionados por la riqueza o por la pobreza son, por expresarlo así, "normales": generalmente surgen de acuerdo con las normas, mediante la aplicación de normas de seguridad que se introdujeron precisamente porque no ofrecen ninguna protección en absoluto o porque están llenas de lagunas. La tercera amenaza, sin embargo, la procedente de las armas de destrucción masiva NBC (nucleares, biológicas, químicas), se despliega de hecho (en vez de utilizarse con la finalidad de producir terror) en la situación excepcional de guerra. Incluso al finalizar la confrontación entre el Este y Occidente el peligro de la autodestrucción regional o global mediante armas NBC no ha sido de ningún modo exorcizado; por el contrario, ha escapado a la estructura de control del "pacto atómico" [56] entre las superpotencias. Junto a la amenaza de conflicto militar entre estados, ahora también se cierne la amenaza del fundamentalismo o el terrorismo privado. Cada vez es más probable que la posesión privada de armas de destrucción masiva y el potencial que proporcionan para el terror político se convierta en una nueva fuente de peligros en la sociedad del riesgo global.

Estas diversas amenazas globales muy bien pueden complementarse y acentuarse mutuamente: es decir, será necesario considerar la interacción entre la destrucción ecológica, las guerras y las consecuencias de la modernización incompleta. De este modo, la destrucción ecológica puede promover la guerra, bien sea en forma de conflicto armado por recursos vitalmente necesarios, como el agua, o porque los ecofundamentalistas de Occidente exijan el uso de la fuerza militar para detener una destrucción que ya se está produciendo (como la de los bosques tropicales). Es fácil imaginar que un país que vive en creciente pobreza explotará el entorno hasta agotarlo. En casos de desesperación (o como cobertura política de la desesperación) puede producirse un intento militar de hacerse con recursos vitales para la existencia de otro país. O la destrucción ecológica (por ejemplo, la inundación de Bangladesh) puede desencadenar la emigración masiva, que a su vez lleva a la guerra. O, una vez más, los estados amenazados con la derrota en la guerra pueden recurrir al "arma última" de volar las plantas nucleares o químicas de su país o de otras naciones para amenazar a las regiones y ciudades vecinas con la aniquilación. Nuestra imaginación no tiene limites para los escenarios de horror que pueden desencadenar las diversas amenazas en su relación mutua. Zürn habla de una "espiral de destrucción" que podría desarrollarse en una gran crisis en la que convergieran todos los demás fenómenos de crisis". [57]

Todo esto confirma el diagnóstico de una sociedad del riesgo global. Pues las denominadas "amenazas globales" han conducido a un mundo en el que se ha erosionado la base de la lógica establecida del riesgo y en el que prevalecen peligros de difícil gestión en lugar de riesgos cuantificables. Los nuevos peligros están eliminando los cimientos convencionales del cálculo de seguridad. Los daños pierden sus límites espacio-temporales y se convierten en globales y duraderos. Ya es a duras penas posible responsabilizar a individuos concretos de tales daños: el principio de culpabilidad ha ido perdiendo su eficacia. En numerosas ocasiones, no pueden asignarse compensaciones financieras a los daños causados; no tiene sentido asegurarse contra los peores efectos posibles de la espiral de amenazas globales. Por tanto, no existen planes para la reparación en el caso de que ocurra lo peor.

Considerando así las cosas, está claro que no existen amenazas globales como tales; antes bien, están cargadas y mezcladas con los conflictos étnicos, nacionales y de recursos que han azotado al mundo sobre todo después del fin de la confrontación Oriente-Occidente, hasta el punto en que se han hecho irreconocibles. Ésta es una de las observaciones aportadas por Eva Senghaas-Knobloch. En las repúblicas pos-soviéticas, el diagnóstico despiadado de la destrucción medioambiental va acompañado de la crítica política de la explotación imperial de los recursos naturales. El hablar del "suelo nativo" se convierte, en este sentido, en una reivindicación de los recursos naturales y la soberanía nacional.

No es una casualidad que los movimientos militantes separatistas que buscan la autonomía en las antiguas repúblicas de la Unión Soviética (igual que ocurre en Bretaña o Córcega) generalmente se aglutinen en torno a dos temas: el idioma y la conservación del entorno.

Esfera Privada y Esfera Pública

ESFERA PRIVADA Y ESFERA PÚBLICA


1. De la esfera privada a la pública
2. ¿Qué es la esfera pública?
3. Un poco de historia
4. Esfera pública y esfera privada
5. La esfera pública entre la opinión y la publicidad
6. El escándalo político como mercancía
7. Conclusiones
8. Fuentes consultadas


1. DE LA ESFERA PRIVADA A LA PÚBLICA

Se observa que hay polémica entre lo autores quienes tratan de hacer diferencia entre esfera pública y esfera privada.

En torno a esta discusión existen un buen número de documentos que permiten reflexionar y llegar a una conclusión a partir de las diferentes teorías de la sociología política y la comunicación política, desde luego, de la propia cultura la cual ejerce gran influencia sobre las propias concepciones que se tengan de la problemática en estudio.

Para este ensayo se decidió tomar como caso de análisis la Esfera Pública y Esfera Privada.

Para objeto del mismo es necesario el redimensionamiento de lo Público. Algunas acepciones del significado de lo público frente a lo privado señalan un sentido dialéctico de la definición. De tal forma que se anuncia lo "iluminado" vs lo "oscuro", lo "abierto" vs lo "cerrado", lo que es "conocido" vs lo "íntimo" y lo "indivisible" vs lo "fragmentable" (Cunill Grau: 1997, p. 23)

El debate conceptual sobre el binomio público-privado, es relevante para los fines de este trabajo. A partir de situar que diversos actores de la sociedad civil actúan desde el espacio de "lo privado" con proyección, en cuanto a sus ideas y acciones, en el terreno de "lo público", se visualiza que la frontera entre estos conceptos (público-privado) es reubicable (Cunill Grau: 1997, p. 24).

Para tal efecto, se presenta un breve esbozo de esta discusión. Una primera idea se refiere al carácter dicotómico que guarda esta relación, es decir, "(...) dentro del espacio que los dos términos delimitan, desde el momento en que este espacio es ocupado totalmente (no existe una tercera posibilidad), a su vez ellos se delimitan mutuamente, en el sentido de que la esfera pública llega hasta donde comienza la esfera privada y viceversa" (Bobbio: 1992, p. 12).

En lo personal se considera importante lo que opina Thompson (2002, p. 347) cuando dice: la naturaleza de lo público y lo privado, y la división entre ambos campos, son transformados de ciertas maneras por el desarrollo de la comunicación masiva, y esto a su vez tiene implicaciones en las formas en que se adquiere, ejerce y sostiene el poder político en el plano de las instituciones estatales, en las sociedades modernas.


2. ¿QUÉ ES LA ESFERA PÚBLICA?

Como punto de partida, se considera necesario definir el concepto espacio público y esfera pública, con el propósito de tener claro su significado para desarrollar el presente ensayo, de ahí que se encontró la exposición de R. Doors, ha sido, y todavía es, un reflejo de las voluntades políticas, del tejido ...

(R. Doors www.fundacion.telefonica.com/at/revolving.html) que indica: "el espacio público es, un reflejo de las voluntades políticas, del tejido social, de las dinámicas culturales y del contexto económico, así como de la reorganización y la expansión de nuestras ciudades. En un tiempo definido por el final de las ideologías, al que se une la inhabilidad de los poderes políticos y religiosos para definir la noción de "público", el espacio público se ha transformado en un ámbito de consumo. De ser un lugar específico de experiencia democrática, el espacio público ha pasado a ser un lugar de conexión de usos y funciones diferentes. El concepto de esfera pública, una noción más amplia que la de espacio público, va más allá de las distinciones físicas entre los entornos público y privado en el que las actividades y las experiencias de los seres humanos se desarrollan.

Así, la disolución entre público y privado se hace mucho más evidente ahora cuando en la definición de la noción espacial intervienen las tecnologías de la comunicación y la información. En este contexto, la idea de "lugar" se convierte en un concepto precario y la esfera pública se transforma en un punto de comunicación hecho de imágenes y representaciones, fijados en el tiempo y en el espacio por las pantallas y, cada vez más, relacionados con "lo real" y la vida cotidiana.


3. UN POCO DE HISTORIA

En este apartado se considera necesario para continuar hurgar un poco en la historia, para ubicarnos en el tema a partir del contexto dio origen a esta categoría.

Así encontramos que Habermas sostenía que el siglo XVIII había sido el siglo crucial, sobre todo en Francia e Inglaterra, por el nacimiento de lo que él llamaba la "espacio público".

La clase burguesa, en ascenso en la Europa occidental y en la lucha contra las prerrogativas del Estado absolutista, lograron crear un espacio de debate entre el Estado y la sociedad civil. Su lucha provocó reacciones en cadena, sobre todo en el curso del siglo XVIII.

A diferencia de lo que Habermas llama la "Publicidad de representación de la época medieval, durante la cual la nobleza gobernante se contentaba con ofrecer al pueblo el espectáculo del poder, el nuevo espacio público ofrece a los ciudadanos la posibilidad de debatir y discutir el ejercicio del poder estatal. un área del debate que estimuló el pensamiento crítico y racional gracias a instituciones como los periódicos, los círculos y los cafés. La ventaja provista por esta nueva expresión, "esfera pública", respecto a la precedente, "opinión pública" consiste en el hecho de que aquélla hace más eficaz el sentido del intercambio de las ideas y describe mejor la materialidad de los lugares en los cuales tales discusiones se desarrollan. (Veyrat-Masson y Dayan : p. 248)

La historia de la esfera pública en Europa occidental entre los siglos XVI y XVIII, presenta la manera en que los diversos medios de información contribuyeron a los eventos políticos más importantes y cómo éstos han sido a su vez decisivos para la evolución del sistema de los medios de comunicación.

Antes de la Reforma, en las ciudades italianas, sobre todo en Florencia entre los siglos XIII y XV, se hablaba comúnmente de pueblo (en otras palabras, los miembros de las corporaciones de artes y oficios).

En Florencia, un segmento relativamente amplio de la población participaba en la vida política: cuatro, cinco mil hombres adultos en una ciudad de menos de 100,000 habitantes. Importantes cargos políticos se asignaban por sorteo y podían ser cubiertos por no más de dos meses.

La cultura política era aquí, como en la Atenas clásica, esencialmente oral y visual. Las plazas, en particular la Plaza de la Señoría, constituían una suerte de esfera pública en la cual se daban discursos y se discutía de política. La capacidad oratoria era apreciada en esta cultura, resultando crucial para lo que los italianos de entonces llamaban la vida civil, la vida políticamente activa de un individuo.

Las crónicas de la época a menudo referían los manifiestos políticos o graffiti colocados en los muros, y las relaciones públicas de la ciudad eran conducidas no sólo oralmente, enviando embajadores a otros Estados, sino también a través de documentos escritos.
Thompson (2002, p. 347), señala que la dicotomía público-privado puede remontarse a los debates filosóficos de la Grecia clásica y a los primeros desarrollos de la ley romana, de acuerdo, con la primera dicotomía público-privado se refiere, por una parte, a la distinción entre el campo del poder político institucionalizado que cada vez se depositó más en manos de un Estado soberano y, por el otro, a relaciones personales que quedaban fuera del control directo del Estado. Por supuesto, esta distinción general nunca fue rígida ni definida con claridad.

La cancillería florentina, donde se redactaban las cartas oficiales en nombre del gobierno ciudadano, estaba compuesta por humanistas, estudiosos de la antigüedad clásica capaces de escribir en un latín elegante y de gran eficacia persuasiva. Se dice que el duque de Milán, uno de los principales enemigos de Florencia, afirmó tener más pena del canciller humanista Coluccio Salutati que de un escuadrón de caballería. En una escala menor respecto a Florencia o Venecia, algunas ciudades de los Países Bajos, de Alemania y de Suiza desarrollaron una cultura cívica parecida. Entre otras cosas, tenían una verdadera esfera pública desde el siglo XV, una esfera pública burguesa.

Sin embargo, la Reforma fue el primer gran conflicto ideológico en el cual los materiales publicados jugaron un papel decisivo. Habermas, en particular, subraya los efectos de la "privatización" de la Reforma: vale decir, el progresivo repliegue de los creyentes en la esfera interior. Si se consideran las consecuencias de larga duración, Habermas puede incluso tener razón. En los primeros años del movimiento, sin embargo, los vigorosos debates que tuvieron lugar, primero en Alemania y luego en otras partes de Europa, sobre las funciones y los poderes del Papa y la Iglesia y sobre la propia naturaleza de la religión, proveyeron una importante contribución al desarrollo de un pensamiento crítico y de una opinión pública. (Cansino).

A manera de opinión, sería más útil hablar y pensar en términos no de simple presencia o ausencia de la esfera pública sino de las diferentes formas que puede asumir y de la relativa importancia que puede revestir en las diversas culturas. Por lo que llama nuestra atención la cita de Germani (1956) quien conviene con Marx quien decía que cada clase social tiene su propia visión del mundo. La posición dentro de la estructura de producción, el momento histórico, determinan el tipo de pensamiento y de ideología que expresará cada individuo por tendencia natural. En dicho esquema es lógico que la "deología burguesa" corresponda a la visión y posición en el mundo de la "clase burguesa", sino que constituyen el resultado fragmentado horizontalmente de las distintas clases que conforman la sociedad.

De igual manera Monzón (1990) amplía la crítica del marxismo sobre la naturaleza fragmentada de las distintas opiniones públicas estamentadas, haciéndola extensiva también a la única opinión objetiva, la del proletariado. Por su parte Mill, escribe sobre la libertad y señala:"dondequiera que hay una clase dominante una gran parte de la moralidad del país emana de sus intereses y de sus sentimientos de clase superior. La moral entre espartanos e ilotas, entre los plantadores y los negros(...).

Donde una clase dominante ha perdido su predominio, o bien donde este predominio se ha hecho impopular, los sentimientos morales que prevalecen están impregnados de un impaciente disgusto contra la superioridad.

De aquí se puede distinguir, en consecuencia, entre distintas opiniones públicas de clase, y las suplantación de esta pluralidad natural por una versión hegemónica, si bien responde a una descripción típica del marxismo, no es patrimonio exclusivo de esa corriente de pensamiento.

Volviendo con Habermas. Para modificar su tesis, se podría afirmar que en Alemania la Reforma contribuyó al nacimiento de una "esfera pública" al menos por un tiempo. Una esfera pública temporal, grosso modo limitada a los años veinte del siglo XVI. Los autores de opúsculos se sirvieron de consabidas estrategias de persuasión. Buscaron dirigirse a un público amplio, estimularon la crítica de la Iglesia y, después que las nuevas ideas habían sido ampliamente debatidas en público durante los primeros años del movimiento, lograron incluso delatar a algunos católicos. En cuanto a las autoridades seculares, pronto se dieron cuenta que el nuevo medio de información representaba un instrumento potente, que podría ser funcional en la búsqueda de fines políticos particulares. El conflicto entre el emperador Carlos V y su rival, el rey Francisco I de Francia, se condujo a través de libelos antes que sobre los campos de batalla, a partir de la mitad de los años veinte del siglo XVI, y el tono de esta campaña de palabras impresas sugiere que ambos gobernantes habían aprendido una importante lección de Lutero.

De que hoy ya no esté de moda en la academia hablar de masas— a una cuestión de fondo: la opinión pública, ¿puede sobrevivir al vaciado simbólico de la política y a su incapacidad de convocar, interpelar/construir sujetos sociales?

Porque entonces ya no le quedaría sino la función de integración mediante la abricación del consenso, y de legitimación del día a día de un poder sin demanda de sentido. Es ésa la cuestión que atraviesa y vértebra esta reflexión, hecha además desde un país en el que grandes sectores sociales no tienen aún otra forma de expresar su opinión que a través de gestos colectivos, como las manifestaciones urbanas silenciosas o el bloqueo de calles y carreteras. Con la densa, contradictoria ambigüedad, que carga todo gesto, y aun más donde esos gestos obedecen, o pueden obedecer cotidianamente, a los más distintos fines y motivaciones.


4. ESFERA PÚBLICA Y ESFERA PRIVADA

La esfera pública y la esfera privada es estudiada por Hannah Arendt, en su libro : La Condición Humana, quien dice que las condiciones que permiten entender la política en el siglo XXI se contagian de ciertos elementos que resultan del ordenamiento social alrededor de conceptualizaciones surgidas con la modernidad en torno al paradigma de la productividad y que terminan por manifestarse en el funcionamiento de la esfera pública. (1995, pp.89-109).

Hoy, el sentido de la política a la luz de este paradigma no es el de la libertad sino el de la necesidad y, por ello, el quehacer político se ubica en el ámbito del consumo en una renovada práctica y lectura de lo económico.

Para Arendt estas dos actividades son radicalmente distintas. La capacidad del hombre para organizarse políticamente esta en franca oposición a la asociación de un hogar, de una familia o del mercado. Los griegos comprendían que la esfera del mercado era una esfera donde el hombre se encontraba sometido, en cambio la esfera de la política era una esfera donde el hombre ejercía su libertad. (1995, pp.89-109).

Su organización social se fundamentaba sobre la división tajante entre la esfera público-política y la esfera privada, donde se interactuaba en la familia y se realizaban las actividades básicas para mantener la supervivencia. La esfera público-política era regida por el principio de la libertad. Era accesible sólo a aquellos hombres libres de estar sometidos a las necesidades de la vida.

Para los griegos mandar en vez de persuadir eran formas prepolíticas que se manejaban en el hogar y la vida familiar. En este ámbito el jefe de familia ordenaba con poderes despóticos. "La polis se diferenciaba de la familia en que aquella solo conocía iguales, mientras que la segunda era el centro de la más estricta desigualdad."

La esfera público-política cumplía con dos condiciones esenciales:

A. Permitía a todos los ciudadanos ser vistos y oídos por todos, es decir la más amplia publicidad para un hecho visible desde todas las perspectivas posibles. En este ámbito la presencia de los otros asegura la realidad del mundo y la publicidad es lo que permite hacer brillar a través de siglos cualquier cosa que los hombres quieran salvar de la ruina natural del tiempo y

B. Posibilitaba un mundo común diferenciado del lugar que se poseía privadamente en él. El mundo de los asuntos humanos comunes. Esta esfera era el lugar donde los hombres podían mostrar su unicidad, su distinción y alteridad a través del discurso y la acción. Aquí ellos encontraban el recinto donde podían revelar quienes eran. La esfera pública era el sitio donde todo individuo tenía que distinguirse constantemente de los demás, demostrar con acciones únicas o logros que era el mejor( aien aristevien).

La esfera privada en cambio era regida por la necesidad. Tenía un rasgo privativo primordial: en ella, los hombres estaban privados de realizar algo más permanente que la vida misma. Estaban privados de la presencia de los demás.

Sobretodo significaba estar privado de las más elevadas y humanas capacidades, el discurso y la acción. Pero cumplía por lo menos con dos condiciones:

1. Era el lugar que se poseía privadamente, es decir un lugar propio en el mundo y

2. Donde lo que necesitaba ocultarse permanecía oculto. Aquí encontraban refugio las pasiones del corazón, los pensamientos de la mente, las delicias de los sentidos, todos estos tienen una oscura existencia tanto como el amor , la muerte, el dolor.

En la Edad Moderna desaparece la brecha entre lo público y lo privado. Con el ascenso de la sociedad, esto es para Arendt del conjunto doméstico o de las actividades económicas a la esfera pública, la administración de la casa y todas las materias que antes pertenecían a la esfera privada se han convertido en interés colectivo. (1995, pp.89-109).

El auge de lo social coincide históricamente con la transformación del interés privado por la propiedad privada en un interés público. La sociedad cuando entró por primera vez en la esfera pública adoptó el disfraz de una organización de propietarios que en lugar de exigir el acceso a la esfera pública debido a su riqueza, pidió protección para acumular más riqueza. Otro de los aspectos a los que conlleva el auge de lo social, como lo llama Hannah Arendt es que la distinción y la diferencia han pasado a ser asuntos privados del individuo. (1995, pp.89-109).

En la sociedad, se sustituye la acción por la conducta. En un tiempo relativamente corto la nueva esfera de lo social transformó todas las comunidades modernas en sociedades de trabajadores y empleados, que quedaron enseguida centradas en una actividad necesaria para mantener la vida. Todas las actividades relacionadas con la pura supervivencia se permiten aparecer en público. El inconformismo de Arendt (1995, pp.89-109), para con la sociedad moderna y su sustituto la sociedad de masas es que le quita al hombre no sólo un lugar público donde puede revelar quien es sino a la vez su hogar privado donde en otro tiempo se sentía protegido del mundo y donde en todo caso incluso los excluidos del mundo podían encontrar un sustituto en el calor del hogar y en la limitada realidad de la vida familiar. Pues la Edad Moderna comenzó con la expropiación de los pobres y luego procedió a emancipar a las clases sin propiedad. He aquí un segundo aspecto del inconformismo: la emancipación de las clases trabajadoras y de las mujeres se hace sólo a nivel formal.

Si antes la condición para la ciudadanía era la propiedad privada con el auge de la sociedad se pierde la condición objetiva de la libertad que era estar libres no sólo de la coerción de otros hombres sino de las necesidades de la vida, y el tener un lugar en el mundo común al tener un lugar privado propio. La abolición de este requisito de la ciudadanía, disfraza una falsa libertad de los ciudadanos modernos. No se puede ser libre sin tener las necesidades de la vida resueltas, un lugar privado propio y sin estar libre de la coerción de otros hombres. Este último aspecto se configura como una crítica radical las concepciones modernas de la política como dominación y hasta cierto punto como representación.

La crítica de Arendt (1995, pp.89-109) acerca de la libertad moderna se refiere a que su fundamento no es más, la igualdad. La libertad moderna admite precisamente aquellas condiciones que por su exclusión definían la libertad en la Grecia antigua: dominación, fuerza, desigualdad. La libertad deja de ser un estado objetivo, evidenciado en la omisión por parte de las discusiones modernas de libertad, sobre la objetiva y tangible diferencia entre ser libre y estar obligado por la necesidad.

Esta es una diferencia que ha dejado de captarse. La importancia de la relación entre propiedad y libertad reside en la concepción de la propiedad privada en el sentido de tangible y mundano lugar de uno mismo, como condición para la libertad, para lo cual lo íntimo-el descubrimiento más grande de lo privado moderno, -no es un sustituto digno. El moderno concepto de propiedad privada se ha trasladado del lugar de uno mismo a la propia persona de uno mismo, que Marx llamó la "fuerza de trabajo", traslado en el cual la propiedad pierde su carácter mundano, en detrimento del individuo. Todos estos conceptos definían la política auténtica y clásica, y nos permiten con Arendt realizar críticas a la concepción de la política moderna de la cual participamos en la actualidad: la inmensa desigualdad real de los ciudadanos donde en muchos casos ni las necesidades básicas de la vida se encuentran satisfechas y mucho menos el tener propiedad privada, y por otra parte las decisiones políticas se toman no por los ciudadanos sino por unas élites ya transnacionales que compiten por el mercado electoral.

Por último, Arendt, (1995, pp.89-109) indica que la evidencia de que se ha gestado una transformación en las esferas de lo público y lo privado en nuestra sociedad se encuentra en que el consumo que en principio estaba ligado al ámbito de la vida privada ahora penetra y resignifica lo público. En consecuencia al ciudadano se le da un trato de consumidor sin solventar la inequidad y desigualdad real política, económica y social que existe en la sociedad.


5. LA ESFERA PÚBLICA ENTRE LA OPINIÓN Y LA PUBLICIDAD

La formación inicial de la «esfera pública burguesa» es entendida por J. Habermas como la aparición de aquella instancia mediante la cual el interés público de la esfera privada en la sociedad burguesa deja de ser percibido exclusivamente por la autoridad y comienza a ser tomado en consideración como algo propio por los súbditos mismos (1981, p. 171). Lo que emerge en la esfera pública es un nuevo modo de asociación no vertical —como el que se forma desde el Estado— y del que hacen parte originariamente sólo los que tienen instrucción y propiedad. Condición que lastrará a futuro esa esfera, no será capaz de resolver el dilema que entraña: la traducción de la voluntad general en razón universal no hará sino traducir el interés general en argumentos privados identificando el espacio político con el espacio público burgués. Un siglo después la esfera pública es redefinida por la presencia de las masas urbanas en la escena social, cuya visibilidad remite a la transformación de la política que, de un asunto de Estado, pasa a convertirse en «esfera de la comunidad, la esfera de los asuntos generales del pueblo». De otro lado, la visibilidad política de las masas va a responder también a la formación de una cultura-popular-de-masa: los dispositivos de la massmediación articulan los movimientos de lo público a las tecnologías de la fábrica y del periódico, al mismo tiempo que la aparición de la rotativa, gracias a la cual se amplía el número de ejemplares impresos, abarata los costos y reorienta la prensa hacia el «gran público.
La publicidad, en el sentido habermasiano, va a conectar entonces dos discursos. El de la prensa que ensambla lo privado en lo público a través del debate entre las ideologías y la lucha por la hegemonía cultural; y el de la propaganda comercial que transviste de interés público las intenciones y los intereses privados.

Pero la figura más plenamente comunicacional de lo público es la opinión pública. Ésta es entendida originariamente como la acción que se oponía a la práctica del secreto, propia del Estado absolutista, y será después el principio de la crítica como derecho del público a debatir las decisiones políticas, esto es el debate ciudadano: espacio de articulación entre la sociedad civil y la sociedad política, entre conflicto y consenso. Ya a mediados del siglo XIX, Tocqueville introduce otra versión de la opinión pública (1950, p. 215), la voluntad de las mayorías, relegando a un segundo plano la libertad individual de los ciudadanos, con todo lo que ello implicará de contradicciones para una democracia en la que lo cuantitativo pesará siempre más que lo cualitativo. Unos pocos años después, Gabriel Tarde reubica la idea de opinión pública en el ámbito de la comunicación al analizar el cruce de la transformación de las creencias de la muchedumbre(1901) en opinión política y el desarrollo del medio en que ésta se expresa, la prensa. Lo que interesa a Tarde es el nuevo tipo de colectividad que emerge —el público— como efecto psicológico de la difusión de la opinión.

Ese efecto va a ser el desplazamiento de la legitimidad de lo político desde afuera hacia dentro. Habermas ve ahí el punto de sutura de aquella esfera pública que surgió con la entrada en la política de las masas de desposeídos: la desprivatización radical de esa esfera ha ido destruyendo las bases de la publicidad burguesa, borrando los linderos entre Estado y sociedad. La recomposición de la hegemonía acabó arruinando la vieja base de lo público sin dotarla de una nueva (1981, p. 205).

No es otro el caso que, cambiando de siglo, analizará J. Baudrillard, y del que emergerá su proclama sobre la implosión de lo social en la masa y el fin de lo político. No es posible hablar en su nombre, el de las masas, no son una instancia a la que nadie pueda referirse como en otro tiempo a la clase o al pueblo (1978, p. 29). Sin los radicalismos de Baudrillard, la reflexión de R. Sennet sobre el declive del hombre público acaba con otra proclama: el espacio público es un área de paso, no de permanencia (1978). La crisis de lo público es, por un lado, la razón del repliegue hacia la privacidad de la familia y la intimidad del individuo y, por otro, ese repliegue apunta a una transformación general de las relaciones sociales. La sociedad del riesgo (1998, p. 95-191) de que habla U. Beck recoloca esa transformación en el territorio conformado por la crisis que amenaza a las grandes instituciones que la modernidad industrial convirtió en la fuente del sentido de lo público —y del significado de la vida personal—, el trabajo y la política. Que es la propia privacidad/intimidad de los individuos la que sufre de, a la que ha tocado, la ausencia de sentido en que se precipita lo público, es lo que plantea bien claramente el que varios de los últimos libros de sociólogos de la talla de A. Giddens (1995) y Z. Bauman (1997) estén dedicados a examinar las mutaciones que atraviesan esos tradicionales espacios de sentido.

No es extraño que, en una sociedad descentrada como la actual —en la que ni el Estado, ni la Iglesia, ni los partidos políticos, pueden ya vertebrarla— y estructuralmente mediada por la presencia de un entorno tecnológico productor de un flujo incesante de discursos e imágenes, lo público se halle cada día más identificado con lo escenificado en los medios, y el público —cada vez más lejano del pueblo--, con sus audiencias. La opinión pública que los medios fabrican con sus encuestas y sondeos tiene así cada vez menos de debate y crítica ciudadanos y más de simulacro: sondeada —sometida a un montón de sondeos diarios— la sociedad civil, pierde su heterogeneidad y su espesor conflictivo para reducirse a una existencia estadística. Y el vacío social de la representación facilitará la asimilación del discurso político al modelo de comunicación hegemónico, esto es, el que proponen la televisión y la publicidad.


6. EL ESCÁNDALO POLÍTICO COMO MERCANCÍA

A finales del siglo XX, los medios de comunicación estadounidenses ­y por rebote todos los del mundo Occidental­ dieron amplia cobertura a un hecho sucedido en la Casa Blanca: el caso Mónica Lewinsky-Bill Clinton. Este y otros sucesos publicitados por los mass media son analizados por John B. Thompson en su libro El escándalo político.

El trabajo de Thompson (2001) expone que el aumento de los escándalos políticos tiene correspondencia con las transformaciones provocadas por los medios de comunicación, los cuales modifican la naturaleza de la visibilidad y alterado las relaciones entre la esfera privada y la pública.

El investigador disecciona este fenómeno mediático desde la definición de qué es escándalo; el incremento del escándalo en los medios, como acontecimiento mediático; la naturaleza del escándalo político y sexual en la esfera del poder; examina el efecto de la vida privada en el ámbito público; el asunto Whitewater, el caso Watergate y el Irán-Contras y las consecuencias del escándalo, entre otros temas.

B. Thompson (2001) ubica los orígenes del escándalo en los medios impresos en los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, le da amplia cobertura al siglo XX, así precisa que "con el desarrollo de las sociedades modernas, la naturaleza, el alcance y las consecuencias de los escándalos han variado en algunos aspectos. Y uno de los aspectos en que han cambiado está relacionado con el hecho de que se hayan visto cada vez más vinculados a formas de comunicación mediata". A partir de este fenómeno, el autor señala que en la actualidad ha surgido una forma nueva a la que denomina "escándalo mediático", y comenta que son escándalos cuyas propiedades difieren de las que aparecen en los escándalos locales y cuyas consecuencias tienen un alcance completamente diferente. "Los escándalos mediáticos no son simples escándalos reflejados en los medios y cuya existencia es independiente de esos medios: son provocados, de modos diversos... por las formas de la comunicación mediática", precisa.

El también profesor adjunto de sociología en la Universidad de Cambridge sostiene que una de las razones por las cuales los escándalos sexuales tienen la capacidad potencial de producir perjuicios a las figuras políticas, a sus partidos y a los gobiernos de los que forman parte es la relacionada con el factor de la hipocresía y pueden ser perjudiciales para estos mismos políticos, partidos y gobernantes, pues quizá ocasionen conflictos de interés.

El estudio no se circunscribe a EU, toma en cuenta el caso de John Profumo, político tory proveniente de la clase alta británica, quien en 1963 dimitió por un escándalo de adulterio. Y acerca del caso Clinton-Lewinsky, Thompson refiere que fue un escándalo que adquirió tales proporciones por la combinación de intereses partidistas con una publicidad desmedida por parte de los medios de comunicación.

A una de las conclusiones a las que arriba John B. Thompson (2001) es que "el escándalo está profundamente arraigado en nuestras tradiciones históricas e íntimamente entrelazado con el desarrollo de las formas de la comunicación mediática, un desarrollo que ha cambiado la naturaleza de ámbito público y que ha transformado los límites existentes entre las esferas pública y privada".

El escándalo político no es una mirada frívola sobre la vida privada de personajes públicos en las sociedades modernas, sino que es un análisis pormenorizado de escándalos, desde una perspectiva sociológica, que han magnificado los medios con un sentido mercantil. El libro ayuda a comprender también los escándalos en los medios en México, donde ya hace falta un examen de su comportamiento en este renglón.


CONCLUSIÓN

Estas conclusiones se redactan sobre las intrigantes interacciones entre los medios de comunicación y los actores políticos en varios países.

Desde el caso Profumo hasta los concursos de televisión amañados, desde el Watergate al asunto Clinton-Lewinsky, los escándalos se convierten en un aspecto fundamental de la vida política moderna.

¿Cuáles son las características de los escándalos políticos y por qué han llegado a adquirir tanta relevancia en nuestros días?

¿Cuáles son las consecuencias sociales y políticas que genera la preocupación producida por los escándalos en la esfera pública?

En esta importante obra, John B. Thompson despliega un amplio análisis sistemático del fenómeno del escándalo político.

Estos ejemplos y otros demuestran el incremento que tiene los cambios provocados por los medios de comunicación, los cuales transforman la naturaleza de la visibilidad y alteran las relaciones entre la esfera privada y la pública.

La obra se convierte así en un análisis pionero de un fenómeno ya extendido y perturbador, a la vez que constituye una lectura esencial para los estudiantes de sociología, ciencias políticas, ciencias de la información y ciencias de la cultura.

Durante la campaña de preparación del proceso del impeachment, el centro del sistema político es, al parecer, el sistema mediático. Para ambas partes, se ha hecho aún más indispensables las estrategias informativas que caracterizan la comunicación política de la 3ª Era:

1. La familiaridad con que los especialistas tratan las diferentes salidas informativas, para las cada vez más diferenciadas audiencias, y así lograr una opinión pública favorable.
2. La habilidad para planear campañas con elaborado detalle.
3. La organización de respuestas rápidas a los sucesos diarios, a las tendencias de la opinión pública y a las acusaciones vertidas por los oponentes políticos.
4. La definición de los encuadres informativos mediáticos (framing). Y a esto se le añaden las normas convencionales del periodismo político, que soporta una gran presión, la incertidumbre y las controversias debido al origen competitivo de la prensa nacional en conjunto, nunca homogénea, que está dividida en parrillas cada vez menores y con rápidas salidas cada vez más fragmentadas de noticias a través de Internet y de la televisión por cable que a veces llegan a arrollar los juicios más pausados y reflexivos de las principales organizaciones de información.
Algunas de las consecuencias de esta situación se han reflejado en este caso concreto, tales como:

A. La difusión de la línea divisora entre lo público y lo privado en la cobertura de los políticos, quienes se han convertido en presas de caza legítima para informar sobre delitos menores que solían ser ignorados;
B. La mayor receptividad de los medios de calidad hacia las historias iniciadas por los tabloides;
C. El aumento significativo en cubrir los escándalos.

Estas conclusiones se redactan sobre las intrigantes interacciones entre los medios de comunicación y los actores políticos en varios países.

El incremento de intrusión de los medios de comunicación en el proceso político no es necesariamente sinónimo de “absorción” de las instituciones políticas -gobiernos, partidos, dirigentes, movimientos- por parte de los medios.

Por otro lado, la intrusión mediática tampoco puede asumirse como un fenómeno global, porque hay diferencias significativas entre países con respecto a esto. Los cambios en el ruedo político de un país no puede explicarse como un reflejo de algún modelo común de la mencionada ìdemocracia dirigida por los medios.

Es indiscutible que los medios informativos influyen a todos los seres humanos en todos los temas. No obstante, diversas características de los seres humanos y de las noticias se han identificado como condiciones contingentes que afectan a la fuerza de relación del establecimiento de agenda.

El concepto de la “mediatización de la política”, en cambio, debería servir como una herramienta más para indagar en si el complejo mediático puede poner en peligro el funcionamiento del proceso democrático.


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Maria de Jesús Rojas Espinosa