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21.8.06

LA ÉTICA DE LA SOCIEDAD CIVIL

LA ÉTICA DE LA SOCIEDAD CIVIL

Adela Cortina

Catedrática de Ética y Filosofía Política

Universidad de Valencia


1. Voluntad de progreso

Hablar de progreso en sociedades "postutópicas" resulta especialmente difícil. Convencidas las gentes de que las "utopías reales" no producen sino injusticia y frustración, abominan también de la idea, mucho más modesta, de progreso: es -dicen- una reliquia de ese pasado moderno que creyó en un progreso indefinido y que ha quedado sobradamente desenmascarada. La postmodernidad -continúan- no cree en los grandes metarrelatos del progreso indefinido, ni en los que tienen por sujeto a la humanidad, ni en los que conceden el protagonismo al hegeliano espíritu absoluto. Y probablemente tenga razón. Pero -como dice Karl-Otto Apel- una cosa es diseñar utopías, muy otra, obrar con intención utópica. Una cosa es -añadiría yo- creer en que la historia marcha en la línea de un progreso indefinido, bien otra actuar con voluntad de progreso o, lo que es idéntico, con intención progresista, que es la que aquí tomamos ya como punto de partida. Asumida, pues, esta intención, ¿qué realidades de nuestro presente urge potenciar para ir marcando una dirección de progreso? Dos me parecen centrales, sin perjuicio de que otras también lo sean: el surgimiento de un nuevo modo de articular la relación entre sociedad civil y Estado, que intenta reconocer a la primera el protagonismo que le corresponde, y el irrenunciable empeño por satisfacer las exigencias de justicia que se esforzaba en colmar el Estado del bienestar en una noción de ciudadanía plena. Del protagonismo de la sociedad civil trataremos en esta ponencia, del protagonismo de los ciudadanos en la segunda.

2. Insuficiencias del Estado para construir una sociedad justa

En la década de los ochenta, cuando algunos agoreros anunciaban el fin de la historia, quienes no creían que hubiera terminado ni querían verla acabada por parecerles radicalmente injusta, dirigieron la mirada hacia la sociedad civil, por ver si su colaboración es imprescindible para llevar adelante la tarea transformadora de la sociedad que el Estado parecía incapaz de realizar. Ciertamente, no todos los que dicen valorar la sociedad civil entienden de igual modo el vocablo, con lo cual se producen confusiones considerables. Consiste la más grave en equiparar la defensa que de la sociedad civil hacen quienes ven en ella una fuente de solidaridad con la de aquellos que la entienden como el lugar privilegiado para defender los derechos de propiedad, como si de derechos naturales se tratara, frente a cualquier proyecto igualador de redistribución de la riqueza.

Solidaristas convencidos, decepcionados ante las actuaciones bien poco solidarias del Estado, tratan de encontrar en las organizaciones cívicas (mal llamadas "Organizaciones no gubernamentales", como si una entidad debiera definirse por lo que no es), en la familia, en las iglesias y en el mundo vecinal una solidaridad universalista que no encuentran en la vida política.

Pero también, en la vertiente contraria, quienes desean llevar adelante sus asuntos económicos sin atender en modo alguno a la justicia social se alzan en defensa de una sociedad civil, de la que valoran ante todo la libertad de propiedad y de mercado.

El hecho de que hoy en día la sociedad civil se caracterice sobre todo por ser la dimensión de la sociedad no sometida directamente a la coacción estatal hace que algunos sectores de la sociedad la valoren por sus posibilidades de solidaridad universalista libremente elegida, otros, porque entienden que en ella puede ejercerse sin trabas la libertad económica (neoliberalismo), o incluso librarse de los afanes redistribuitivos de una incómoda justicia social (anarcocapitalismo, neolibertarismo) . Conviene, pues, atender a las razones de quienes defienden la sociedad civil antes de formular juicios de valor sobre sus posibilidades para propiciar un mundo más justo y feliz, que es a fin de cuentas a lo que debe aspirar toda sociedad que se pretenda humana.

3. Una nueva noción de sociedad civil

Caracterizar expresiones políticas cargadas de diversas connotaciones históricas, como la que nos ocupa, no es tarea sencilla . Pero podemos recurrir, en principio, a una doble acepción del término "sociedad civil" que presenta Víctor Pérez Díaz y que puede resultar de gran utilidad. Distingue Pérez Díaz entre un sentido amplio y uno restringido, y caracteriza el primero como "un entramado de instituciones sociopolíticas, que incluye un gobierno (o Estado) limitado, que opera bajo el imperio de la ley; un conjunto de instituciones sociales tales como mercados (u otros órdenes espontáneos extensos) y Asociaciones basadas en acuerdos voluntarios entre agentes autónomos, y una esfera pública, en la que estos agentes debaten entre sí y con el Estado asuntos de interés público y se comprometen en actividades públicas".

Éste sería el tipo de sociedad civil al que se refieren los filósofos escoceses como Ferguson, y el sentido interno de esta denominación consistiría en que se trata de una sociedad ya civilizada y además compuesta por ciudadanos (cives), no por súbditos, lo cual exige que sean autónomos y que el Estado respete su autonomía. Un Estado limitado, capaz de respetar la independencia de los ciudadanos, es imprescindible para asegurar la civilidad, y de ahí que Pérez Díaz afirme que ya en este concepto de sociedad civil se van marcando las fronteras entre el Estado y el resto de las realidades sociales, que compondrán la sociedad civil entendida en sentido restringido.

Este sentido -el restringido- es el habitual hoy y se refiere a las instituciones sociales que están fuera del control directo del Estado, tales como mercados, asociaciones voluntarias y mundo de la opinión pública. Aunque no todos los expertos en el tema concuerden en incluir todas estas realidades sociales en la noción de sociedad civil, importa destacar que la mayoría la contrapone al Estado, de suerte que la dimensión civil de una sociedad se diferencia de la política, aunque obviamente estén estrechamente conectadas, como todas las realidades sociales.

En lo que respecta a los siglos XVII y XVIII, con el surgimiento y desarrollo del capitalismo, la sociedad civil que se configura es la "sociedad civil burguesa", la "bürgerliche Gesellschaft", cuyo núcleo es el individuo, con sus derechos, libertades e intereses, que deben defenderse sin interferencias a través de la competencia y de la cooperación, en una esfera cuya subsistencia y autonomía deben venir garantizadas por una institución pública llamada "Estado", que ha de guardarse de intervenir en la vida interna de esa esfera.

Características de una sociedad civil semejante serían, en principio, el individualismo, la defensa de la privacidad, el mercado, la existencia de clases sociales, el pluralismo, la poliarquía y sobre todo la espontaneidad.

Éste es el tipo de sociedad en la que Hegel considera que "cada uno es fin para sí mismo y todos los demás no son nada para él" , de suerte que los ciudadanos aceptan algunos organismos universales, pero por defender sus intereses egoístas. Los universales, por contra, sólo podría defenderlos un auténtico Estado, que sería el lugar de lo universal.

Ciertamente, si la idea que tenemos de la sociedad civil es la de la hegeliana "bürgerliche Gesellschaft", poco protagonismo podemos concederle en la realización de lo universal. Sin embargo, dos siglos más tarde no cabe ya caracterizar a la sociedad civil de igual modo porque ha evolucionado considerablemente. Por eso sería bueno referirse a la sociedad civil de los siglos XVII, XVIII y XIX con la expresión "sociedad civil burguesa" y a la actual, con la expresión "sociedad civil" a secas o "sociedad cívica", "Zivilgesellschaft".

Y, en este sentido, podríamos caracterizar la sociedad civil moderna con Michael Walzer como un "espacio de asociación humana sin coerción y el conjunto de la trama de relaciones que llena este espacio".

Y podríamos recordar con él que cualquier ser humano, "antes" que miembro de una comunidad política, "antes" que productor de riqueza material, "antes" que participante en un mercado, "antes" que componente de una nación, es miembro de una sociedad civil, en la que se ha socializado convirtiéndose en persona. La ideologías que reducen a la persona a ser parte de la comunidad política (cierto republicanismo), del proceso productivo (marxismo), del mercado (capitalismo), de la nación (nacionalismo), han olvidado la dimensión originiaria de esa persona, por la que forma parte de esa sociedad civil, que es "el reino de la fragmentación y la lucha, pero también de solidaridades concretas y auténticas"
.
4. El "contenido" de la sociedad civil

Ahora bien, una vez dicho esto debemos determinar qué relaciones pueden considerarse incluidas en ese espacio civil, porque hasta ahora hemos tenido en cuenta tres tipos de relaciones: 1) mercados; 2) asociaciones voluntarias, dentro de las cuales tenemos que considerar tanto las comunidades adscriptivas (que son aquellas en las que se nace, como la familia de nacimiento), como las comunidades en las que voluntariamente ingresamos (como la familia de creación o la comunidad religiosa) o las diversas asociaciones cívicas; 3) una esfera de opinión pública en la que los ciudadanos pueden expresarse libremente, deliberar y recibir información. ¿Puede decirse que estos tres tipos de realidades sociales forman parte de la sociedad civil, porque son las que no están directamente controladas por el Estado?

Ante esta cuestión las posiciones de los expertos se dividen, al menos en tres grupos. Algunos autores, como es el caso de A. Black, subrayan hasta tal punto la dimensión de mercado que caracteriza a la sociedad civil, que terminan casi por reducirla a él . A mi juicio, es ésta una concepción restrictiva, que olvida todo un mundo de espontaneidad, extremadamente rico socialmente: la familia, la vecindad, las asociaciones sin ánimo de lucro, una opinión pública movida por intereses no económicos.

En las antípodas de esta primera posición se sitúa la de autores como Habermas, que excluyen de la sociedad civil, no sólo al poder político, sino también al económico, de forma que la configuran asociaciones voluntarias, no estatales y no económicas, que arraigan las estructuras comunicativas de la opinión pública en el mundo de la vida, tales como familia, movimientos sociales o asociaciones cívicas, que expresan opiniones e intereses a través del espacio de una esfera pública autónoma.

A mi juicio, sin embargo, también esta concepción de la sociedad civil resulta demasiado estrecha y excesivamente deseosa de encontrar en la sociedad actual un equivalente funcional para el proletariado, que en parte de la tradición marxista encarnaba una "clase universal", y para el "resto de Yahvé" de la tradición bíblica, que en todo tiempo representa la levadura que puede hacer crecer la masa. ¿No hacemos algo semejante al reducir la sociedad civil al mundo de las solidaridades inmediatas, excluyendo cuanto suponga competencia y estrategia, es decir, Estado y mercado?

Considero, por tanto, que la sociedad civil viene constituida por tres tipos al menos de realidades sociales: las organizaciones e instituciones del mundo económico, las asociaciones voluntarias, tanto comunidades adscriptivas y voluntarias (como asociaciones cívicas), y la esfera de la opinión pública. De estas tres realidades cabe potenciar sobre todo la primera, como hace la propuesta neoliberal conservadora, que sigue entendiendo la sociedad civil en el sentido hegeliano de la sociedad burguesa y pide el fortalecimiento del neoliberalismo económico, y cabe, en segundo lugar, empeñarse en desarrollar el potencial ético universalizador que se encuentra en determinados sectores de la sociedad civil, aspirando a una democracia más auténtica.

En esta línea, autores como John Keane, André Gorz, Jürgen Habermas o Michael Walzer, tratan de redefinir la sociedad civil y de proponer una forma de articulación con el Estado, que ni prive a éste de sus obligaciones con el pueblo, ni le permita absorber a la sociedad civil, privándole de todo protagonismo, arrancándole toda capacidad de iniciativa y creatividad.

Hace algún tiempo proponía el profesor Elías Díaz un "nuevo pacto social" con los movimientos sociales, para llevar adelante un socialismo democrático atento a la nueva realidad . Por mi parte considero que tal pacto debe, no sólo profundizarse, sino tomar un cariz nuevo, porque las instituciones políticas deberían emplearse en la tarea de ayudar a mantener la autonomía de la sociedad civil, viendo en ella más un aliado con el que cooperar que un enemigo al que hay que engullir.

En principio, porque el poder político sólo se legitima comunicativamente, de donde se infiere que sin una sociedad civil autónoma, capaz de generar procesos de comunicación sin coacción, falta uno de los elementos esenciales a la legitimación política. Pero, por otra parte, porque es preciso recuperar los valores de pluralismo, inciativa y solidaridad sin coerción que son propios de una sociedad civil viva. Si el megaestado y el estatismo acostumbran a los ciudadanos a la pasividad; si un Estado débil deja a la ciudadanía en manos de los poderes fácticos, es urgente revitalizar la creatividad, la autonomía y la solidaridad de una sociedad civil capaz de universalidad, capaz de ayudar al Estado a realizar las tareas que le competen.

Por otra parte, conviene decir aquí lo mismo que en ética de la empresa, porque cualquier actividad humana es en definitiva una empresa: que en la cuenta de resultados, a medio y largo plazo, es bastante más rentable potenciar los niveles éticos de relación (corresponsabilidad, participación, creatividad), que buscar un máximo de beneficio a corto plazo, abaratando los costes desde la reducción del salario y la baja calidad del producto. En la cuenta política de resultados reconocer a la sociedad civil el protagonismo que le corresponde es apostar por el medio y por el largo plazo .

5. El potencial transformador de la sociedad civil

De lo dicho se deduce que no parece estar la sociedad civil tan por sus intereses egoístas, sino que hay mucho en ella de libertad y de solidaridad, no parece estar tanto el Estado por intereses universalistas, sino que hay mucho en él de mezquindad y egoísmo. De ahí que muchos ojos se vuelvan hacia la sociedad civil, y no sólo hacia la sociedad del mercado libre, sino también hacia una nueva sociedad distinta a la burguesa, en la que pueden cifrarse muchas esperanzas. ¿Que "prestaciones" puede ofrecer esta realidad social tan poco estructurada para transformar la sociedad en su conjunto en una línea de
progreso?

Del conjunto de expectativas que la sociedad civil ofrece tomaremos las líneas centrales, como parece razonable y las expondremos de forma ordenada.

A) ¿Escuela de civilidad?.

En los años ochenta un grupo de filósofos comunitaristas, encabezados por Walzer, reciben el nombre de "teóricos de la sociedad civil" por sostener que los ciudadanos no pueden aprender la civilidad necesaria para llevar adelante una democracia sana ni en el mercado ni en la política, sino sólo en las organizaciones voluntarias de la sociedad civil (familia, amistad, vecindad, iglesias, cooperativas, asociaciones cívicas o movimientos sociales) . La razón de fondo para tal argumento es que, así como la vida política no puede sancionar las conductas desviadas sino por medio de castigos infligidos por extraños, es en la trama de relaciones interpersonales donde nos son más dolorosos los castigos por las malas actuaciones, ya que vienen de nuestros seres queridos. Por desgracia -afirman quienes esto defienden-, hemos despreciado la trama de relaciones de esa originaria dimensión social, que es la que produce el espíritu cívico, la solidaridad y la confianza.

Tal vez el argumento sea desmesurado, pero, a mi juicio, conviene no despreciar su buena parte de razón y potenciar la tarea educativa de la sociedad civil.

B) Transformación de la economía

Sin duda el mundo de la economía genera mucha menos libertad de la que pretenden los defensores del neoliberalismo, desde M. Friedman, von Hayek o R. Nozick, hasta posiciones más matizadas como las de R. Termes o P. Koslowski. Pero también es verdad que una reflexión profunda sobre la actividad económica, sobre su sentido y sobre las metas que le prestan legitimidad, obliga a transformarla en la línea de una economía social, capaz de asumir sus responsabilidades . En caso contrario, queda socialmente deslegitimada y pierde la rentabilidad que se genera desde la trama social de confianza.

Ésta es la razón por la que hoy se produce un potente movimiento de ética de la economía y de la empresa, que exige una transformación de la racionalidad económica por fidelidad a las peculiaridades de la actividad económica misma y, en el mismo sentido, la de la actividad empresarial. Se multiplican en este sentido las publicaciones sobre la ética de la empresa, como también el número de asociaciones que reflexiona sobre este asunto.

No dejar la economía en manos de la racionalidad estratégica, como hace Habermas, sino rehabilitar en ella el uso de la racionalidad comunicativa que resulta indispensable para que funcione, es una de las grandes tareas de nuestro tiempo. Tanto más urgente cuanto más imparable el proceso de globalización.

C) Revitalizar la cultura social

El pluralismo de concepciones de vida es uno de los haberes irrenunciables de la sociedad civil desde sus orígenes, y en este sentido lleva razón Rawls cuando afirma que un pluralismo razonable es insuperable en cuantas sociedades gocen de libertad . Sin embargo, no se trata sólo -creo yo- de que sea insuperable, sino también de que un auténtico pluralismo social es una fuente de riqueza y la única forma de garantizar una existencia común vigorosa. En efecto, "pluralismo" significa que en una sociedad distintos grupos proponen distintos modelos de felicidad -lo que yo llamo distintas "éticas de máximos"- y comparten unos mínimos de justicia. Sin los mínimos compartidos es imposible construir la vida conjuntamente, pero -a mi juicio- los mínimos no tienen una existencia autónoma, sino que se nutren de los máximos . Por eso considero que se equivoca Rawls cuando en la relación entre la cultura política y la cultura social de una sociedad concede la iniciativa en exclusiva a la primera.

La cultura política -siguiendo sus indicaciones- consiste en el conjunto de valores que respaldan tanto una constitución democrática como las instituciones esenciales correspondientes. La cultura social, por su parte, procedería de la trama de relaciones de la sociedad civil, en la que se conjugan tradiciones religiosas, filosóficas y cuantas proceden del mundo vital. La conexión entre ambos tipos de cultura es innegable, ya que históricamente se dan juntas, pero Rawls concede un protagonismo a la cultura política liberal que resulta injustificado porque, bien miradas las cosas, la cultura política sólo se sostiene racional y "sentientemente" -es decir, personalmente- si viene respaldada por tradiciones religiosas, filosóficas y culturales verdaderamente encarnadas en la sociedad. Por eso el pluralismo es una fuente de riqueza, y urge ocuparse, no sólo de prevenir posibles conflictos, sino también de reforzar los mínimos y revitalizar los máximos religiosos, filosóficos y culturales.

D) Sociedades interculturales

Uno de los grandes temas de debate, que ha vuelto a ponerse sobre el tapete en los últimos tiempos, aunque tiene una larga historia, es el del "multiculturalismo", es decir, el debate sobre cómo organizar una convivencia justa en sociedades cuyo pluralismo consiste en la convivencia de una pluralidad de culturas. Ante este problema, que se presenta en casi todas las sociedades actuales y también en el nivel mundial, las medidas jurídicas y políticas son necesarias, pero insuficientes. Como en otros puntos de conflicto social las "medidas éticas" -el cambio de hábitos y convicciones- son indispensables para construir desde la sociedad civil un mundo intercultural .

E) ¿Nuevos Movimientos Sociales?

En la década de los ochenta surgen en la sociedad civil un conjunto de movimientos a los que se denominó "Nuevos Movimientos Sociales" para distinguirlos del movimiento social tradicional, el movimiento obrero. Se trataba de movimientos interclasistas, desestructurados, que pugnaban por un cambio radical en puntos como la superación del patriarcalismo y el militarismo o la defensa de la ecosfera; un cambio que, de producirse, supondría una transformación de la sociedad en su conjunto. Por eso muchas esperanzas se cifraron en ellos, a pesar de algunas de sus ambigüedades.

De ellos cabe esperar -a mi juicio- que pugnen por una superior calidad de vida, proponiendo alternativas a la estupidez del aumento cuantitativo, y que incrementen la poliarquía, la multiplicidad de centros de poder. Los monopolios en cualquier ámbito frenan la iniciativa, matan la creatividad, reducen las posibilidades vitales, destruyen la vida.

F) El "Tercer Sector"

En la actual bibliografía acerca de las cuestiones sociales proliferan los trabajos preocupados por aclarar el concepto y las funciones de un sector en apariencia emergente, el llamado "tercer sector" o también "sector social". En principio, el tercer sector es aquél en el que se realizan actividades sin ánimo de lucro, que son aquéllas en las que ninguna parte de los beneficios netos va a parar a ningún accionista individual o persona particular, sino que tienen como meta acrecentar de forma desinteresada la calidad de vida de las personas.

Ante la globalización de la economía, la creciente impotencia de los Estados nacionales, el incremento del poder de los grandes bancos y las grandes multinacionales, los sectores político y empresarial parecen incapaces de garantizar la satisfacción de algunas necesidades básicas de las personas. De ahí que los ciudadanos hayan de cuidar de sí mismos, restableciendo comunidades habitables, que amortigüen los golpes recibidos en virtud de la tercera revolución industrial.

Ahora bien, a mi juicio, para que el Tercer Sector lleve a cabo su tarea es preciso evitar la falsa distinción realizada por buen número de autores entre sector público (gobierno), sector privado (empresas) y sector social , y rechazar -en consecuencia- una división del trabajo en la que al gobierno compete lo público, a las empresas, lo privado, y al "sector social", un espacio extraño, allende lo privado y lo público. Por contra, hay que decir que al Estado compete asumir responsabilidades públicas básicas y que también las empresas han de asumir su cuota de responsabilidad pública, de igual modo que el sector social tiene su tarea en la cosa pública. En consecuencia, la relación entre unos y otros debe ser de complementación y cooperación .

G) La esfera de la opinión pública

Una sociedad libre precisa una esfera de opinión pública, autónoma con respecto al Estado, dispuesta a deliberar sobre los problemas comunes. Ya Kant urgía la creación de una esfera en la que los ciudadanos ilustrados debían hacer "uso público de su razón". La libertad de la pluma -entendía Kant- es el paladín de los derechos del pueblo, la "publicidad razonante" es la forma de conciencia que media entre la esfera privada y la pública, entre la sociedad civil y el poder político.

Esta tradición de la publicidad se mantiene en modelos de filosofía política como el liberalismo político o la teoría deliberativa de la democracia. Pero no son ya sólo los sabios ilustrados quienes deben hacer uso público de su razón, sino cualesquiera ciudadanos que deseen llevar a publicidad asuntos que a todos importen, expresando el sentir del público. Por eso la opinión pública no debe confundirse con la opinión publicada, y la segunda debería estar al servicio de la primera. Por otra parte, el sentido de la esfera pública no es ya criticar a la política, sino dejar un espacio libre para la expresión, y sobre todo ir creando conciencia de sociedad, al debatir aquellos problemas que a todos importan. Todas las sociedades se enfrentan a retos comunes y, para ser justas, conjuntamente han de encontrar las respuestas.

H) Revitalización de la vida corriente

Frente a las grandes utopías y a las grandes hazañas, introdujo también la Modernidad el aprecio por la vida corriente . La crisis de las ideologías políticas y de los grandes metarrelatos refuerza el interés por esa vida cotidiana que es, no sólo la de la familia y las asociaciones del Sector Social, sino también la de las profesiones. Revitalizar las profesiones, recordar qué fines persiguen y qué hábitos son precisos para alcanzarlos es una de las tareas encomendadas a la sociedad civil .

I) Solidaridad voluntaria

Los mundos familiar y vecinal son los de las solidaridades primarias sin las que las personas apenas pueden llevar su vida adelante con bien. Sin embargo, también en la sociedad civil se conforman asociaciones que llevan la solidaridad a su rango universalista, empeñándose en defender a los débiles de los Mundos Tercero y Cuarto, sentando las Bases de una Sociedad Civil Cosmopolita. El Derecho Internacional y la política mundial les van a la zaga porque la solidaridad lúcida de las asociaciones civiles es descubridora, es pionera.

Ha sido esta sociedad civil la que ha exigido que la Europa de los Mercaderes y los Políticos se convierta en una Europa Social, capaz de incluir en el Tratado de Maastricht la Carta Social, que contempla los derechos económicos, sociales y culturales de los ciudadanos europeos. Ampliar estas exigencias a la humanidad toda es el gran reto de estas asociaciones civiles.

J) Sociedad justa

Si la sociedad civil burguesa consideraba que las cuestiones de justicia no le atañían y las dejaba en manos del Estado, como si a ella sólo le competiera la libertad, la universalización de la libertad es imposible sin justicia y sin solidaridad. Sólo que la solidaridad es virtud a la que no puede obligarse, mientras que la justicia es la primera virtud de las sociedades. Y no sólo del Estado, como han creído determinadas tradiciones, sino de la sociedad en su conjunto: también de esa sociedad civil en la que tantas esperanzas se han cifrado.